Un grupo de biólogos recibe un correo electrónico con una única palabra: Croatoan; la misma que quedó grabada en un árbol de la isla de Roanoke cuando toda la población de su asentamiento desapareció sin dejar ni rastro a finales del siglo XVI. Pero lo desconcertante viene de su remitente: Carlos Mandel, un compañero que se suicidó dos años atrás. Su llegada coincide con la muerte de los miembros de una familia mientras estaban en la sierra de Madrid. Un acontecimiento grabado por una cámara puesta allí por Mandel y conectado con otros similares a lo largo y ancho del planeta. Así inicia José Carlos Somoza Croatoan, su última novela publicada por Stella Maris. En ella, el autor de La caverna de las ideas o Dafne desvanecida se aferra una vez más a las fórmulas del thriller. Durante gran parte de su extensión se convierte en una historia de suspense en medio de un aparente apocalipsis de infectados aderezada con el enigmático mensaje a descifrar, la investigación policial destinada a revelar la magnitud del evento, la huida de una serie de personajes cuando llega el colapso de todos los servicios…
Su protagonista, Carmela Garcés, mejora otros protagonistas femeninos creados por Somoza, caso de su prima übermensch de Zig Zag, aunque le falta mordiente. Aparte de su vínculo con su antiguo mentor, su relieve se reduce al conflicto que le une con su ex. Un tipo que abusó de ella hasta el punto de tener una orden de alejamiento y al cual se mantiene atada por una enfermiza dependencia que se ve incapaz de romper. Más atractivos resultan dos de los secundarios: Nico Reinosa, antigua pareja del científico, ex-policía, pintor de relativo éxito y colega de Carmela en su camino hacia resolver el enigma. Y Joaquín Laredo, comisario responsable de indagar en el origen de la crisis, el rostro de la impotencia de unas estructuras gubernamentales sobrepasadas por los acontecimientos. El resto de personajes se agrupa en dos extremos: o son cargantes o superfluos.