El programa final, de Michael Moorcock

Siempre me ha resultado curiosa una opinión muy extendida sobre la figura de Michael Moorcock, me refiero a esa imagen de “Moorcock el garbancero”, un tipo capaz de escribirse en dos días una novela sobre torturados antihéroes albinos (que detestaba), para pagar las enormes deudas generadas por la revista New Worlds gracias a su pésima gestión financiera. Sin embargo, y sin negar que pudiera haberse ganado a pulso cierta reputación, la influencia de Moorcock en la ciencia ficción resulta capital; carismático y entusiasta, fue capaz de convencer y animar a diversos autores británicos (y más tarde norteamericanos) para embarcarse en la misión de demoler y transformar la ciencia ficción anglosajona que predominaba en aquella época de mediados/finales de los años cincuenta del s.XX, es decir, una serie de narraciones escritas de la forma más funcional posible, al margen de la modernidad literaria y cultural de su tiempo, en las que héroes positivistas superaban una serie de obstáculos para reafirmar la idea de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y si no, ya lo arreglaremos gracias a la tecnología (generalización injusta quizá, aunque cuando uno es joven y se rebela contra sus mayores no suele reparar en matices). El resultado fue un movimiento literario conocido como New Wave y su órgano propagandístico, la revista New Worlds, una publicación de papel cochambroso que comenzó distribuyéndose junto a revistas porno, y que, guiada por un afán destructivo y plagado de episodios psicóticos, consumo de drogas, obligaciones familiares desatendidas, acreedores violentos, frustraciones sexuales, caradura sin límites y estrecheces financieras, fue el inicio de un largo camino que, desbrozado por autoras y autores posteriores, ha acabado por convertir a la ciencia ficción en un género lo suficientemente elástico como para albergar todo tipo de inquietudes e intereses temáticos y estéticos, completamente normalizado e integrado tanto en el mainstream como en la “alta cultura”.  Sigue leyendo

Un verdor terrible, de Benjamín Labatut

Un verdor terrible¡Quién iba a decir que el ensayo se pondría de moda! Después de Sapiens, de Yuval Noah Harari, o de El infinito en un junco, de Irene Vallejo, nos llega Un verdor terrible, de Benjamín Labatut. ¿Pero puede considerarse el libro de Labatut un ensayo? En los reconocimientos del final el autor dice: “Esta es una obra de ficción basada en hechos reales”. Algo que puede decirse de muchos libros. No obstante, en cuanto se lee el primer título del libro, Azul de Prusia, la duda parece disiparse de momento a favor del ensayo. Se cuenta en él de cómo la afanosa búsqueda de un pigmento llevó a la obtención de un veneno que acabaría utilizándose en la masacre de multitud de judíos en campos de concentración. ¿Qué propósito tendría escribir un texto como éste, si los hechos contados no fueran verídicos?

Lo que reaviva mi duda es la importancia que el autor concede al estilo, algo que en un ensayo suele quedar por lo general en un segundo plano. En este sentido es admirable la facilidad con que pasa de un acontecimiento a otro, en ocasiones Labatut puede llegar a apabullar al lector con sus quiebros y virajes. Es capaz en pocas páginas de relacionar la ola de suicidios que se produjeron en Alemania en los últimos meses de la segunda guerra mundial con las cápsulas de cianuro con que se proveyeron a los altos mandos nazis, para referirse a continuación al proceso para la síntesis del amoniaco que le valió el premio Nobel a Fritz Haber. Predomina un dinamismo y una aparente ligereza que por otro lado convierten la lectura en un verdadero placer. Sería injusto en cualquier caso decir que es el primero en emplear técnicas propias de la narrativa en un ensayo. Hay dignos predecesores, quizás el más conocido de todos sea Oliver Sacks.

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