Este verano, me encontraba charlando con un conocido experto en ciencia ficción nacional cuando la conversación derivó hacia uno de los “padres” del género de nuestro país. La crítica contra el pobre autor fue demoledora, y ante una débil justificación de su obra en aras de su carácter de “clásico”, la sentencia fue inapelable: “en este país, por desgracia, no sabemos distinguir lo antiguo de lo clásico”.
Bueno, creo que esta verdad es, por desgracia, inapelable pero, creo también, que no es únicamente un mal español. Y si no, echémosle un vistazo a La era de cristal del muy inglés W. H. Hudson. La única justificación que se me ocurre para publicar en nuestros días una novela de ciencia ficción escrita originalmente en 1887 es su carácter de clásico, de obra seminal cuyas influencias puedan rastrearse hasta nuestros días y cuya calidad sea incuestionable. Una obra como, por ejemplo, la de H. G. Wells o Julio Verne, por poner los dos ejemplos más obvios. Si ésta no es la razón, entonces lo único que se me ocurre es la curiosidad erudita o arqueológica, más típica de un estudioso académico que del gran público. Como el editor es Minotauro y no el servicio de prensa de ninguna universidad, queda claro, por tanto, que el libro de Hudson debe de tener ese carácter de clásico que antes comentamos.