Yo soy el río, de T. E. Grau

Yo soy el ríoEn la apertura de esta novela ya vemos lo que nos espera: un mundo de contornos difíciles de discernir, conformado por la constante superposición de recuerdos. Ahí, y así, nos adentran las primeras páginas de Yo soy el río, de T. E. Grau, con lo difícil que es mantener el equilibrio en una atmósfera que da pie a la confusión y, por tanto, a veces, a la impaciencia de quien lee. Pero lo que más despierta Yo soy el río es curiosidad e intriga por saber lo que oculta esa matriz de sensaciones o emanaciones entrecruzadas. Por saber cuál es el origen de esas pesadillas. Tenemos la guerra de Vietnam tan asociada al cine –tanto al de ficción como al documental– que acercarnos a ella a través de un medio literario es casi una novedad. No, claro, no es la primera novela ambientada en la guerra de Vietnam (pienso en libros de Bao Ninh, Tim O’Brien, Denis Johnson o, tangencialmente, en la inmensa Primera sangre de David Morrell), pero así, imbricada en un torrente de alucinación con incursiones en el terror metafísico, no hay tantas ni es algo a lo que estemos tan acostumbrados. Qué alegría nos depara este libro, pues, ya desde el mismo punto de partida.

Al inicio de Yo soy el río se confunden las realidades en la mente del protagonista, y vemos que los sabuesos legendarios de Louisiana (sobre los que le hablaban en la infancia), o el río del mismo título, que todo lo puede y todo lo arrastra, son esas metafóricas manifestaciones del trauma del protagonista. Al inicio de la novela, como ya digo, vemos esa bruma en la que unos interrogadores se confunden en la mente del protagonista, y un rostro se funde en otro hasta que los rasgos de uno aparecen en la cara del otro. Y de entre esa realidad difuminada van brotando, aislados, indescifrables, sus recuerdos, y poco a poco nos vamos adentrando en lo que ha originado esas manifestaciones, y es así que nos van reeducando hasta que entramos en la propuesta de la novela.

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La libertad interminable, de Joe Haldeman

La libertad interminableDebe ser duro que, justa o injustamente, todo el mundo recuerde tu primera novela como tu mejor obra. Más cuando acumulas una extensa carrera plagada de nuevas historias, enfoques, estructuras, personajes… y una profundización / progresión / llámeloX en esto de la narrativa. Joe Haldeman me parece el mejor ejemplo de esta situación. Su opera prima, La guerra interminable, arrasó en los premios de género el año de su publicación. Se ha mantenido en el mercado de manera ininterrumpida durante cuatro décadas (incluso en España), figura dentro del canon de la ciencia ficción y es la medida con la cual se ha comparado toda su obra posterior. En la cual, por cierto, hay títulos como los de la trilogía iniciada en Mundos, Compradores de tiempo o ese solvente juego narrativo que es La llegada. De sus últimas novelas traducidas, como Camuflaje, Viejo siglo XX o Rumbo a Marte mejor no escribir mucho.

Era inevitable que tarde o temprano terminara regresando a aquel universo creativo y aquellos personajes. Al menos más allá del retorno parcial a su corpus de temas en la fallida La paz interminable. Y eso hizo hace quince años con La libertad interminable. Novela que, de manera inexplicable, permaneció inédita durante más de una década, varios años con su traducción guardada en un cajón.

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