Alice B. Sheldon, de Julie Phillips

Alice B. SheldonLa edición de este libro en España habla por sí misma de su calidad. Cuando apareció en 2007 la última publicación de James Tiptree, Jr. en solitario se había impreso 22 años antes. Y fue Circe, una editorial ajena a la ciencia ficción y especializada en biografías, quien la trajera a España en un catálogo donde figuran libros sobre la vida de Coco Chanel, Frida Khalo o Sylvia Plath. Poco más se puede añadir para enfatizar la importancia del texto en sí. Su publicación fue reconocida con la condición de finalista de los dos grandes premios del momento, el Ignotus y el Xatafi-Cyberdark. Lástima que no se llevara ninguno. Duele especialmente el segundo. El jurado que hizo la selección decidió poner por delante dos reediciones que cualquiera podría afrontar (bueno, la de Edhasa y Moorcock solo si tenías dinero a mansalva) en vez de un texto único que nadie más podría haber traducido y que deja al descubierto los procesos creativos de una escritora que marcó la ciencia ficción, de su época y la que se hizo después.

Julie Phillips contó con amplio material para relatar la vida de Alice “Allie” Bradley Sheldon. Además de medios fácilmente accesibles (documentos públicos, conversaciones con personas que la trataron), dispuso de sus diarios, sus notas y su amplia correspondencia con multitud de personalidades de distintos campos (psicología, literatura, aficionados). Esto le permitió contrastar sus recuerdos y sus ideas con un variado grupo de personas con la que se escribió, particularmente en la segunda mitad de su vida. También consultó el material escrito por su madre, Mary Bradley, escritora y, de nuevo, con un nutrido archivo de notas que alumbraban detalles íntimos de un vínculo muy estrecho. Con estas herramientas Phillips perfiló un sólido retrato de su vida de puertas hacia fuera e iluminó su interior como no siempre es posible sin penetrar más de la cuenta en el terreno de la interpretación. Algo particularmente necesario en la obra de una autora con abundantes relieves sobre los que tantas veces se pasa de puntillas para poder adecuarla a un discurso. Y esta es al parte donde esta biografía asentó su condición de obra maestra.

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Walkaway (La vida por defecto), de Cory Doctorow

WalkawayDesde hace unos años, y ya van unos cuantos, parece que el mundo se va al garete (por decirlo de una manera suave). La cada vez mayor desigualdad social, la concentración de la riqueza en unos pocos, la sobreexplotación de recursos, todo ello parece abocarnos a un final y al comienzo de algo distinto. En Walkaway Cory Doctorow especula sobre esta posibilidad y nos sitúa en un futuro próximo en el que el mundo se ha partido en dos. Por un lado está Pordefecto, que es el mundo tal y como lo conocemos pero en el que los estragos provocados por el capitalismo se han agudizado, y por otro un mundo incipiente, el de los andantes, formado por todos los descontentos, que se han ido trasladando a terrenos baldíos o abandonados con la intención de crear una sociedad en la que no exista la propiedad privada. Su idea es que la colaboración altruista haga innecesario el dinero.

Tres jóvenes desencantados, Natalie, Etcétera y Seth, se conocen en una fiesta ilegal organizada por la primera. En medio del jolgorio se produce una brutal redada por lo que tienen que huir. Acaban refugiándose en la casa del adinerado padre de Natalie, que pertenece a lo que ellos denominan de manera despectiva zotas (de zotarricos). Esa noche no paran de hablar y de despotricar contra los que acumulan el poder en el mundo, una minoría que según ellos se cree mejor al resto de los mortales y que está convencida de haber llegado a donde está por mérito propio. Los tres jóvenes no tienen duda de que el origen de todos los males está en la meritocracia. Natalie les propone irse con los andantes, y aunque al principio se lo toman a broma acabarán por acompañarla a ese mundo incógnito y fascinante.

Los dos mundos antagónicos que presenta Doctorow me han hecho recordar Los desposeídos de Ursula K. Le Guin. Pordefecto podría ser algo así como una puesta al día de Urras, y el mundo de los andantes el equivalente utópico de la sociedad anarquista de Anarres. Cuando comienza la novela se trata de una sociedad, a diferencia de la de Anarres, que está aún por construir y que lucha por su independencia. Esto hace que gran parte del relato se invierta en contar las frecuentes y por otro lado no demasiado apasionantes escaramuzas que suceden. La gran diferencia entre lo que propone uno y otro es que Le Guin no oculta las sombras de su mundo, y por ello resulta mucho más verosímil que la Arcadia perfecta con la que fantasea Doctorow. La vida de los andantes, si no fuera por los ataques de los zotas, sería idílica en contraste con la de los Anarresti.

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¿Tienes 35€ para libros de fantástico de segunda mano? Te recomiendo los siguientes (3)

Cantos estelares de un viejo primateEn esto de empezar una tarea común creo que hay que precisar los parámetros de cada uno, pues seguro que habrá diferencias. Mi planteamiento ha sido el de dar a un lector que no conozca el género, pero tenga curiosidad por él, un material que le resulte informativo, que le proporcione una panorámica interesante, y que tenga calidad literaria suficiente. Una mini biblioteca barata, variada y significativa.

He contado en muchas ocasiones que, en contra de lo que parece ser experiencia común, yo no he enganchado a nadie al género por Asimov y Clarke. La razón es, creo, que quien está interesado ya de por sí en las posibilidades de la cf llega de manera automática a través suyo. Si alguien no ha leído cf y quiere información, es porque ya descartó previamente a estos autores evidentes, también a Wells y quizá incluso a Bradbury, así como a novelas como Dune o El juego de Ender (que, por otra parte, ya he escrito muchas veces que me parece muy mala, pero ése es otro tema).

Hay que dar otros nombres y títulos; en algunos casos muy obvios para los lectores tradicionales, una parte cada vez más reivindicados en el mundillo académico, pero todavía lejos de buena parte del lector/a culto medio que se ha resistido hasta ahora al género por prejuicios o falta de tiempo, y que es al que me dirijo (así como al lector/a ya con algún fundamento y que busque saber de obras que alguien pueda considerar «esenciales» y le hayan pasado inadvertidas).

Dicho esto, con la idea de quedarme en 35 euros (sin contar gastos de envío) y descartando libros de primera edición más reciente que suelen estar más caros, la sorpresa inicial que me encontré es que hay un par de autores que para mí son imprescindibles y cuyos libros están carísimos de segunda mano. El primero es J. G. Ballard. Quién lo habría adivinado: no he dado con ninguna de sus obras básicas por menos de doce euros, y algunas tienen una cotización verdaderamente de coleccionista. Y pensar que en vida el hombre no se comió un colín de los buenos de verdad más que con El imperio del sol, que es la que ahora se encuentra por cualquier lado…

El otro es Stanislaw Lem, pero aquí hay que hacer una salvedad. Voy a confesar que no soy tan, tan fan de la obra de Lem en su conjunto: si no puedo encontrar Solaris, El invencible o los Diarios de las estrellas por menos de diez euros, prefiero incluir aquí a otros autores antes que colocar títulos que creo que pueden resultar demasiado difíciles a un lector convencional, tipo Edén o Fiasco, y de los que tampoco soy tan entusiasta. Lo mismo me ha ocurrido con alguna otra novela que considero fundamental, pongamos Stalker de los hermanos Strugatski.

Bien, dicho todo esto, vamos con mi cesta de la compra, según precios encontrados el pasado 7 de marzo (que quizá ahora no estén disponibles) y por orden alfabético de los autores.

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Trouble on Triton, de Samuel R. Delany

En el ensayo sobre la utopía en la literatura de ciencia ficción, Soñar de otro modo. Cómo perdimos la utopía y de qué forma recuperarla, su autor, Francisco Martorell, señala una cuestión en principio sorprendente; a partir del trauma de la Segunda Guerra Mundial y el consecuente desprestigio de las utopías digamos “totalitarias” muy de moda a finales del siglo XIX y principios del XX, la ciencia ficción moderna apenas se ha ocupado de especular con otros mundos mejores o más justos de un modo que trascendieran dichas utopías decimonónicas, cuyas sociedades “perfectas” eran resultado de crudas operaciones de ingeniería social basadas en rígidas superestructuras que, en su propia naturaleza, albergaban la semilla de un sistema totalitario y opresor de la libertad individual, es decir, “el mundo según un iluminado”. Imaginar un sistema político, económico y social más justo e igualitario que no haya de estar reñido con las libertades individuales, que se encuentre en situación de cambio constante, y que no caiga en la prisión de la perfección y por tanto, del inmovilismo, parece una empresa a la que el género parece haber renunciado casi por completo. Martorell hace sus cuentas y en unos setenta años de ciencia ficción, apenas le salen tres obras que manejen estos parámetros; la Trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson, la serie de La Cultura de Iain Banks (ésta pelín irrealizable de momento) y Los desposeídos de Ursula K. Le Guin. Da la impresión que la ciencia ficción se ha tomado más molestias en refutar la utopía o proponer distopías antiutópicas que en reformular sus propuestas para mejorar este asqueroso mundo. Parece como si los autores del género sólo fuesen capaces de tomarse la literatura utópica por lo literal en lugar de lo metafórico, un “espacio de las ideas” en el que proponer conceptos en un principio inconcebibles para el orden social imperante pero que con el tiempo fueran permeando en la esfera pública y social para finalmente mejorar nuestra vida como colectivo, por lo que uno se queda con la impresión (y la sospecha) de que si a la ciencia ficción “de toda la vida” le ha costado horrores imaginar un futuro posible diferente al capitalismo, el anarcocapitalismo o el libertarianismo es porque ha sido un género predominantemente conservador. Y aunque Trouble on Triton, la novela de Samuel Delany que he traído al especial anual “amojamado o solamente medio muerto”, comparte en cierto modo esta actitud antiutópica, en este caso los argumentos presentados por Delany, sobre todo filosóficos y literarios, resultan mucho más elaborados e interesantes que los de sus colegas más de centro sensato liberal, por lo que creo que es una obra que merece ser recuperada y revisada.

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El reino afecto o era sólo cuestión de voluntad

La escrituraPublicar y que te reconozcan no es lo mismo para todo el mundo. Esto, que puede parecer de cajón, no lo es, y no está de más repetirlo para recordarlo y para que los motivos arraiguen, o empiecen a arraigar, de una vez, en nosotros. Quizá debería decir, de todos modos, que lo que no es lo mismo para todo el mundo es, simplemente, llegar a publicar. Y no es lo mismo porque hay impedimentos sociales o burocráticos, que no tienen nada que ver con el talento, que dificultan o directamente imposibilitan la escritura. O dicho de otra manera: algunas vocaciones quedan atrofiadas por limitaciones extraliterarias.

Sin tiempo para escribir no podrás publicar, eso está claro. Pero, aparte de que hay que indagar en lo que hace que no tengamos tiempo, hay muchos otros motivos por los que llegar a publicar acaba siendo un proceso disuasorio, y no siempre los tenemos en mente ni son tan evidentes (porque lo que no me afecta a mí, no existe). La editorial Las afueras ha recuperado dos conferencias de Tillie Olsen que, bajo el título de una de ellas, Silencios, indagan en las circunstancias que obstaculizan la escritura y en el hecho de que determinados sectores tengan muchas más dificultades, para escribir y publicar, que otros.

Dice Tillie Olsen: “la mayoría de las grandes obras de la humanidad surgen a partir de aquellas vidas que pueden permitirse una dedicación y entrega completas”. Y Sergio Chesán, en “La literatura no es lugar para pobres’”, lo ha dicho, hace poco, así: “¿Quién puede permitirse ese sosiego del que hablan, ese trabajo constante, si, en un mundo cada vez más precarizado, las jornadas laborales interminables y la eterna angustia por no poder pagar el alquiler impiden el grado de dedicación que ellos mismos consideran indispensable?” Este es quizá el tema con el que casi todos y todas nos podemos identificar más fácilmente. Es un silenciamiento de clase, fácil de entender por lo visible que es, por lo extendido que está: trabajamos tanto que no podemos escribir. (Se puede sustituir ese ‘escribir’ por lo que sea, claro).

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En torno a Omelas

Quienes se alejan de OmelasMisteriosos son los caminos por los que progresa la cultura; investigar cómo ciertos movimientos y obras sobrenadan la corriente temporal hasta perdurar y destacar entre el resto se convierte en una labor, más que detectivesca, de rastreador profesional. Qué aleatorias parecen las causas por las que muchas veces un libro, una película o cualquier creación artística se mantienen, recobran vida y se proyectan hacia el futuro. En estos tiempos de información sin fin, fuentes ilimitadas y canales por doquier es prácticamente imposible seguir los vericuetos de la popularidad y determinar las causas del éxito de un producto cultural o el porqué de su resurrección. Les pondré un ejemplo de lo caprichosa que parece, en ocasiones, la recuperación de una obra.

En 2019, BTS, la gran boy band de los últimos años, ídolos del pop coreano y mundial, lanzan el videoclip de la canción “Spring Day”. En sus imágenes aparecen un par de referencias de ciencia ficción, ambas procedentes de dos obras distópicas. El objetivo al incluirlas en el vídeo no es profundizar en su carácter político, sino crear con ellas reflejos estéticos. De la película Snowpiercer, un pequeño éxito también coreano, se menciona el nombre en la letra de la canción. En el videoclip se puede ver a algunos miembros de la banda recorrer los pasillos de un tren que atraviesa la nieve. No es mucho, pero tras el estreno del vídeo hubo algunas alusiones en las redes a esta referencia. Si no obtuvo mayor repercusión fue debido a que la segunda acaparó casi toda la atención de los fans. En un par de planos, en grandes letras, aparecía una misteriosa palabra: Omelas.

La canción de BTS aborda la añoranza, el sentimiento de tristeza que te embarga al echar de menos a alguien querido. Las imágenes, en las que Omelas aparece dos veces como un rótulo luminoso, recurren a ese nombre propio con fines creativos, para provocar sensaciones estéticas mediante el uso de algunos elementos del trasfondo del relato al que da título. El más evidente muestra el malestar de uno de los miembros en soledad, siempre en contraste con la alegría del grupo unido. A los dos segundos del estreno, millones de adolescentes, toda una generación nueva, se interesaron por el texto que dio vida a esa palabra, el inmortal relato de Ursula K. Le Guin titulado “The Ones Who Walk Away From Omelas”. Busquen en youtube y encontrarán decenas de vídeos hechos por adolescentes tratando de explicar la fuente, el origen de esa palabra que da nombre a una ciudad y el significado del cuento que la incluye. Teorías, opiniones, análisis a mansalva más o menos certeros. Da igual que un fuerte porcentaje de este interés se corresponda, como bien sabemos, con la necesidad actual de generar contenido, de sacarlo de donde sea. Lo que cuenta es el impulso que recibió el relato de Le Guin, ese segundo aire en el presente y la seguridad de su permanencia en esas mentes en el futuro, su visibilidad para las siguientes generaciones. Algo tremendamente positivo, pues se trata, sin duda alguna, de un texto que va más allá de su valor literario, una de esas raras obras que, debido a la influencia de su discurso, no es exagerado calificar como imprescindibles.

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Las bestias olvidadas de Eld, de Patricia McKillip

Las bestias olvidadas EldLos Hugo y los Nebula suponen un buen cartel de cara a la traducción de una novela. Los premios Mundial de Fantasía y, sobre todo, el de Terror son harina de otro costal. Sirva de ejemplo lo ocurrido con Las bestias olvidadas de Eld. Ganadora del primer Premio Mundial de Fantasía allá por 1975, su publicación fue desestimada en varios de los booms editoriales que nos han traído obras menos contrastadas. De hecho, quedó relegada por detrás de otra obra de su autora sin duda más arriesgada: la trilogía del Juego de enigmas. Ha tenido que llegar Duermevela, una nueva editorial ajena a la fórmula de publicar exclusivamente novedades, para rescatarla del olvido y poder apreciar esta fantasía juvenil escrita desde una sensibilidad alejada de las coordenadas de más éxito en la actualidad.

El primer capítulo de Las bestias olvidadas de Eld es toda una declaración de intenciones. Patricia McKillip enumera una serie de personajes y situaciones con la única finalidad de establecer la estirpe familiar de la protagonista, Sybel, la hechicera que habita la montaña de Eld. En ningún momento muestra la más mínima piedad por un lector probablemente abrumado ante la sucesión de nombres que, en su mayor parte, jamás volverán a aparecer en el libro. Este torrente afortunadamente se atempera una vez se ha establecido el tono: McKillip da forma a un cuento de hadas clásico dentro de una estructura novelesca. Para ello recurre no sólo a esta sobreabundancia de apelativos sino. también. a los animales parlantes de gran poder y profunda sabiduría, a enfrentamientos entre familias sin posibilidad de acuerdo, brujas aisladas que cultivan una imagen distante, séptimos hijos de séptimos hijos… Todos estos estereotipos son el lugar donde impulsarse para lanzar la historia y comenzar una pequeña revolución. No de una manera radical pero sí, al menos, con la contundencia suficiente como para mantener la atención del lector más bregado.

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Mis cinco libros de ciencia ficción (y 9)

PórticoMe resulta casi imposible seleccionar los cinco mejores libros de ciencia ficción. No se trata solo de que son demasiadas las que subirían al pódium, sino que mi visión actual de lo que es la calidad de una obra literaria es tan compleja y tan dependiente de lo contextual, de lo efímero, que me parece falaz cualquier posición absoluta.

Por este motivo, me he planteado más algo que tenga que ver con mi visión del género. La ciencia ficción para mí debe siempre impactar. Perdón… IMPACTAR.

Me gusta que en este impacto interaccionen dos ideas: una serie de inquietudes humanas socio-políticas, psicológicas, culturales que me hagan leer dos veces lo que acabo de descubrir y, por otra parte, el juego con lo sublime, a ser posible relacionado con lo anterior.

Lo formal importa en todo ello, claro.

Por «sublime» entiendo esa sensación de desbordamiento relacionada con dimensiones (físicas, en general) que superen las expectativas humanas habituales.

Todo ello debe ser plausible científicamente en mi cabeza, no necesariamente en mi realidad actual. Es decir, basta con que se me sugiera que lo que se me describe no tiene origen mágico ni divino en el sentido metafísico habitual del término para que lo sienta como plausible. Comparto, por cierto, con Nacho Illarregui mi hastío ya casi insoportable con todos los que buscan predicciones o augurios en la cf como si el género fuera un oráculo para tontos en vez de un juego ficcional con el presente.

Claro… En este sentido, actualmente mis obras favoritas de cf quizás sean las apariciones de Galactus en los comics Marvel, la trilogía de precuelas de Star Wars, el videojuego Mass Effect o el manga Moonlight Mile, porque además los últimos años he aprendido a valorar la space opera y centro en ella casi todas mis lecturas como jamás había hecho en el pasado. Pero esto va de literatura.

Por todo ello, he decidido rememorar cinco obras que me impactaran mucho, más que ninguna en esa misma época, cuando las leí y que las ondas de ese impacto me lleguen hasta hoy.

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Mis cinco libros de ciencia ficción (7)

Galaxias como granos de arena¿Por qué la ciencia ficción? De vez en cuando me pregunto por los motivos que provocaron mi acercamiento a este género, que haya leído cientos de libros de él desde hace más de veinte años. Creo que primero me atrapó el enfoque más espectacular y luego me ha mantenido cerca su capacidad para explicar nuestra realidad sin necesidad de agarrarse a las inflexibles reglas (físicas y de perspectiva) que asfixian a la mayoría de historias. Esto último también influye en que cuando hable de mis libros favoritos no señale los más clásicos ni me quede con los que quizá son indiscutibles, sino con los que más me marcaron.

Cuando he presentado novelas me han preguntado en varias ocasiones si me considero un escritor de ciencia ficción. La respuesta es que no, creo que hay autores de literatura realista que me han influido tanto o más y no pienso solo en este género, pero siempre añado que soy un lector de ciencia ficción y eso influye en mi forma de escribir y ver la realidad.

Elegir cinco libros de género es difícil: ¿en qué me baso si cada día puedo cambiar mis favoritos? En fin, vayamos con una selección que tiene sentido en este momento, pero tal vez en otro cambiaría algunos títulos, o la vara de medir.

El hombre en el castillo, de Philip K. Dick (1962)

Philip K. Dick es el autor del que he leído más libros y desde que empecé con él me ha obsesionado por muchos motivos. No consigo encuadrar sus obras en un estadio concreto. A pesar de sus múltiples descuidos y vicios, en su narrativa late un genio al que no supo cuidar y la evidente imperfección de su extensa obra es lo que ha ocasionado que nunca me aparte de su narrativa. El hombre en el castillo no es su novela más redonda ni entretenida, pero creo que en su estructura se concentran gran parte de las inquietudes y pensamientos de Dick. Comprendo la situación de los personajes en la historia, pero ¿por qué esta tristeza que nunca se consuela? ¿Quizá porque la vida y la realidad son accidentes sin respuesta? Dick fue un hombre perdido y sus personajes siempre lo son. En esta novela también hay una gran ucronía, un inteligente juego narrativo y algunos tramos de alta literatura, pero, ay, me quedo con los personajes.

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Mis cinco libros de ciencia ficción (2)

SolarisPermítaseme que haga mi propia interpretación de lo que afrontamos. Honestamente, tendría que dar muchas vueltas para determinar cuáles son las cinco mejores novelas de la historia del género, y sopesar factores variopintos (relevancia actual, influencia histórica, calidad literaria, impacto entre el público general etc.) que quizá me llevaran a terminar con una lista en la que habría uno o varios títulos que creo que no volveré a leer en mi vida pese a que tenga pocas pegas objetivas que ponerle (¿Crónicas marcianas? ¿Un mundo feliz? ¿Neuromante? ¿El hombre hembra?).

Me resulta más fácil y agradable dar mis cinco novelas preferidas. La lista de la isla desierta y esas chorradas. Libros que no necesito justificar especialmente a nadie salvo a mí mismo. A partir de aquí podría pensarse que voy a empezar con una retahíla de rarezas, pero tampoco va a ser así. Quizá no sean los títulos más obvios, pero creo que tampoco son chocantes. El canon tradicional que ha ido conformando el género está razonablemente bien, y se está expurgando sin que nos demos mucha cuenta para afinarlo aún más (eliminando a Heinlein u olvidando cada vez más cualquier cosa escrita en el seno del género en los años treinta y cuarenta, por ejemplo: véase qué se reedita y qué no).

La incorporación de novelas más recientes a ese canon está siendo más lenta que en décadas anteriores porque hay mucho ruido ambiental, y también porque me temo que casi todas las novelas de mayor visibilidad (por premios, adaptaciones o lo que sea) no son en gran parte las mejores. Tardaremos en ser conscientes seguramente de algunas de las mejores, hasta que sean reivindicadas o reeditadas (como está pasando ahora, por ejemplo, con gente que sólo defendíamos algunos pelmazos, caso de Sheckley, Lafferty o Joanna Russ). Pero ese sería otro tema.

A todo lo que he dicho debo sumar que, a mi juicio, y por mucho que queramos esquivar el asunto, buena parte del impacto de la cf se produce en un momento específico de la vida, y ligado a una suerte de descubrimiento. La letanía de la cf como «literatura de ideas» es del tipo más complicado de mentiras, las que contienen una porción de verdad. Para escribir una buena novela de cf hace falta criterio literario, construcción de personajes, todos los elementos obvios, pero también un algo más que sea capaz de subyugar la mente del lector, de arrastrarle y hacerlo de una forma específica, basada en un cierto pacto de verosimilitud. La novedad temática, aunque no imprescindible, también es un factor de notable peso. Las mejores opciones para generar esa respuesta se han ido desgastando con el tiempo, con la repetición, y la opción del género ha sido barroquizarlas, y en cierta forma, necesariamente, diluirlas. Además, también el lector encallece. Por eso mis escogidas son obras antiguas: el impacto que me causaron es difícil que lo repitan novelas recientes quizá objetivamente igual de buenas, pero que ya no pueden extraer la misma respuesta de mí.

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