Mejor lo digo de entrada: nunca me han interesado los sesenta, ni los Stones, ni los Who (admito que no he visto Quadrophenia), tampoco los mods han despertado en ningún momento mi curiosidad, y puede que la sustancia de las de andar por casa que menos me gusta sea el speed. ¿Por qué digo todo esto? Pues porque de esto va Here Comes The Nice, la última novela hasta la fecha del británico Jeremy Reed.
Y lo digo porque me ha enganchado desde el primer párrafo. De acuerdo en que me interesa mucho la música, el devaneo de la cultura popular en general, sus modas, sus tribus, su cuitas y vaivenes, pero lo que quiero dejar claro es que el mérito es exclusivamente del autor, ese maldito enfant terrible de la cosa literaria británica.
Es bastante probable que no hayas oído hablar de él porque se le ningunea de mala manera desde hace décadas. Marginal por los dictados del libre albedrío y del estar a lo que hay que estar, Jeremy Reed escribe como un Ballard extasiado, con una sagacidad que por momentos parece atravesar la realidad de lo descrito, como si las palabras fuesen bisturíes que esgrimiera un William Gibson hasta las cejas de Adderall. Reed es ante todo poeta y le basta con un par de párrafos para sumergirte en su alucinada recreación y sacarte del continuo espacio-temporal en el que como lector estás obligado a subsistir.
Y de eso va también y sobre todo Here Comes The Nice, de viajar en el tiempo, de abstraerse del flujo temporal del presente, de licuarse y filtrarse hasta un tiempo que no es el propio mediante una especie de hibernación lúcida que ralentiza todo lo que no es el organismo.