Vender a Hitler, de Robert Harris

Vender a HitlerHay que estar entrado en la cincuentena para recordar el fraude de los falsos diarios de Hitler. El escándalo se destapó en abril de 1983, poco después de la publicación del primer artículo sobre su descubrimiento en el semanario Stern. No había leído nada sobre el tema hasta que Es Pop anunció Vender a Hitler, una investigación realizada por el autor de Patria e Imperio, Robert Harris. Mi interés, además de mi afinidad por el catálogo de la casa, se sustentaba sobre la curiosidad de qué ha llevado a un editor a invertir su dinero en recuperar un libro de hace 35 años sin ningún impulso comercial derivado del recuerdo de su tema central. Para que se hagan una idea, su única adaptación audiovisual se hizo en 1991 en una serie si cabe más olvidada que el pufo en sí. Pues bien, esta curiosidad ha quedado satisfecha sobre todo porque Vender a Hitler se experimenta como un reportaje tremendamente actual.

Visto desde la perspectiva de Harris, puede parecer que hubiera sido más sencillo evitar el desastre. Como si fuera un accidente de coche en un recinto de pruebas, muestra la grabación del suceso sin saltarse un fotograma, al ritmo adecuado para apreciar cada detalle sin perder la atención del lector. Así, presenta un relato cronológico desde los últimos días del Tercer Reich, justo cuando se perdió el avión que, desde una Berlín en trámite de ser tomada por el ejército rojo, transportaba una parte sustancial de los objetos personales de Hitler. El misterio sobre su contenido, las escasas evidencias del suceso, el inevitable paso del tiempo, la deformación de ese recuerdo, contribuyeron a forjar una parte de la tormenta perfecta desatada sobre Gerd Heidemann, el periodista de Stern en el epicentro del follón.

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Guía del usuario para el nuevo milenio, de J. G. Ballard

Guía del usuario para el nuevo milenioEn alguna ocasión me he preguntado si, leyendo una página de un libro, sería capaz de reconocer a su autor basándome en el estilo o su mirada a los temas tratados. Si más allá de las marcas argumentales y de trama, podría reconocer la personalidad de la escritura, esas características a las que aludimos los reseñistas y la mayoría de las ocasiones escondemos detrás de tres fórmulas generales. En mi caso, pecando de inmodestia, creo que sería capaz de reconocer la mayor parte de obras de J. G. Ballard. Además de tenerlo bastante leído, es de los pocos escritores del cual soy capaz de hacer ese ejercicio de síntesis estilística y temática. Aunque el Ballard de 1962 no es el mismo que el del año 2000, hay una serie de cuestiones que prefiguran sus inquietudes y visiones a la hora de escribir y terminaron configurando una literatura que, con mérito propio, se ha convertido en un calificativo (lo ballardiano) que trasciende una serie de iconos que también se sienten suyos. Y no hay nada como coger este libro para comprobarlo.

Guía del usuario para el nuevo milenio es el típico popurrí de artículos donde se arrejuntan textos de diarios (The Guardian), semanarios (Sunday Magazine) o revistas (New Statesman o New Worlds). Hay desde reseñas de biografías (Elvis, Marqués de Sade) ensayos o películas, columnas de opinión (las de New Worlds son imprescindibles) y notas autobiográficas; las más interesantes, cómo no, sobre su vida en Shepperton y su infancia en Shanghái​, paisajes que han prefigurado el obsesivo imaginario del autor. Esta reunión no se ha hecho de cualquier manera: David Pringle colaboró con el autor de El mundo sumergido y Rascacielos para imponer la estructura y el orden necesario para afinar la realimentación de los más más de 100 artículos que contiene. Y esa división funciona muy bien. Si hay algún tema que se hace bola, se pueden ojear los siguientes textos, más o menos relacionados, y prescindir de algunos hasta encontrar un nuevo tema y continuar desde ahí. Pero lo más destacable es cómo, independientemente de que esté escribiendo sobre Nancy Regan, la obra de William S. Burroughs, las pinturas de Salvador Dalí, la Coca-cola-colonización o una exposición de fotografía bélica, su mirada se impone sobre cualquier otra consideración como si estuviera ante un encargo tan personal como relatar un viaje que hizo en los 90 a Shanghái para reencontrarse con su niñez.

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