Puestos a inventar epítetos, uno útil o más o menos divertido podría ser ‘ciencia ficción orgánica’. Selvática también funcionaría. Pero ‘orgánica’ queda mejor, creo, sobre todo para incluir derivas del género en las que el novum es más cárnico que tecnológico, más biológico que científico. La novela Las estrellas son legión, de Kameron Hurley, que no me entusiasmó, fue la segunda en mi personal historia lectora, de todos modos, en proponer un imaginario tan orgánico, tan biológico y fagocitador que lo dominaba todo, y me pareció que estaba, como digo, por segunda vez ante un libro de lo que no podía calificar mejor que de ciencia ficción orgánica. La primera lectura fue el Amanecer de Octava Butler, primera novela de la trilogía Xenogénesis.
Acabada ahora esta Ritos de madurez, que es la segunda parte, ocho o nueve años después de leer la primera (espero no tardar tanto en ponerme con la tercera), he vuelto a tener la misma sensación de estar ante unas páginas de ciencia ficción orgánica. Sí, está la nueva carne cronenbergiana, pero no es eso: es que la carne y la vida son aquí en sí mismas y sin prótesis metálicas de ninguna clase lo que es cienciaficcionesco. Su metabolismo y su manera de funcionar, su evolución y sus necesidades y urgencias son de otro mundo. Para nosotros que leemos, un espectáculo. Y es un hallazgo natural, además, alejado de la carga de horror que predomina en Cronenberg o en Tetsuo, de Shinya Tsukamoto, donde la carne está entretejida en una maquinaria nueva, heridora, y es esa aleación la que hace de novum de terror.