El nacimiento del ciberpunk (1 de 4)

Confundimos con videncia
del futuro la capacidad de reconocer
la extrañeza de la actualidad.

William Gibson

Neuromante se publicó por primera vez el 1 de julio del año 1984, una cifra significativa para la ciencia ficción. Dada la magnitud del éxito e influencia que tuvo la novela, auténtica biblia del ciberpunk, sorprende el hecho de que en origen fuera un libro de encargo. Entre 1981 y 1983, William Gibson había escrito varios cuentos para la revista Omni. A Terry Carr, el reputado antólogo y ensayista, le gustaron, y le pidió a Gibson que formara parte de un proyecto que tenía entre manos. Tiempo atrás, Carr había sido el responsable de la primera serie de la colección Ace Science Fiction Specials, un portento del que salió un buen puñado de premios mayores de la ciencia ficción. Ahora iba a iniciar una tercera entrega en la que pretendía publicar sólo primeras novelas de autores emergentes que estuvieran destacando gracias a sus relatos. En ella iban a aparecer escritores como Kim Stanley Robinson, Lucius Shepard y Howard Waldrop, y Carr quería contar también con él. Gibson aceptó y empleó dieciocho meses en escribir Neuromante en su vieja Hermes 2000, manteniendo en la historia el tono y el trasfondo de sus cuentos, principalmente “Johnny Mnemonic” y “Quemando Cromo”, e incluso algunos de los lugares y personajes incluidos en ellos. La novela, una vez publicada, se convirtió en la piedra angular de una pequeña revolución.

Neuromante es considerada uno de los hitos del género, y es debido en gran parte a sus valores literarios. La apariencia de originalidad que supuran sus páginas, la sensación de estar leyendo algo nuevo y fresco proviene, en primera instancia, de la fascinante prosa de Gibson. El lector tiene la impresión de estar asistiendo a un presente a pocos minutos de distancia, un indefinible presentefuturo. Eso se debe, en parte, a la mezcla de elementos llamativos e innovadores: la parafernalia cibernética, los contornos urbanos oscuros, las drogas, el ciberespacio. Pero su impacto proviene, principalmente, del particular estilo narrativo, fresco, ágil como el de la novela negra pero detallista en las descripciones, en muchas de las cuales Gibson sustituye los nombres de los objetos por los de marcas bien reconocibles, parámetros reconocidos por el lector, aferrados a su presente pero que ya entonces comenzaban a sonar a futuro. Por sus valores literarios, la obra cuenta con una calidad incontestable, pero la enorme trascendencia de Neuromante procede de su condición de obra seminal del ciberpunk, a la par un movimiento y un subgénero de la ciencia ficción que, cuarenta años después de su nacimiento, impregna la atmósfera cultural y social de nuestros días.

Si repasamos el pasado con atención, veremos que Neuromante fue el núcleo de un fenómeno irrepetible, único en la literatura de ciencia ficción. Dentro del amplio acervo del género, a día de hoy supera en influencia y alcance a todas las pequeñas revoluciones, pasadas y presentes, que se han dado a lo largo de su historia. El ciberpunk generó un movimiento de escritores y aficionados, creó escuela en lo literario y anticipó el camino de nuestra sociedad mejor que ningún otro subgénero, respondiendo a un momento de cambio en el progreso de la humanidad tal como había hecho la propia ciencia ficción en sus orígenes. Si ésta surgió como reacción intelectual a la revolución industrial, el ciberpunk se gesta como respuesta a un nuevo cambio de paradigma en la historia de la humanidad, a un futuro abierto por los primeros pasos de la revolución informática que comenzaba a transformar el mundo. En resonancia con la definición que hizo Isaac Asimov de la ciencia ficción, podría decirse que el ciberpunk buscó en sus ficciones, más que ninguna otra corriente, la respuesta humana a los cambios tecnológicos de su tiempo.

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Fracasando por placer (XXIX): Gigamesh

Revista Gigamesh, la cabecera

No, no recuerdo con mucho detalle las cosas que escribí hace veinticinco años o más. Lo he constatado en los últimos meses con la preparación de un libro recopilatorio de parte de mis ensayos en el género. Porque, aparte, tengo el problema de haber escrito mucho. Más que Balzac, posiblemente, aunque mencionar esa comparación pueda dar lugar a equívocos sobre mi autoestima: hablo de cantidad, no de calidad. También es cierto que para ello he tenido a la mecanografía como aliada; escribo muy, muy rápido, participé en alguna ocasión en concursos con mecanógrafos profesionales, con resultados meritorios. Hubo épocas en las que firmaba cinco notas al día por término medio para una agencia extranjera, y luego me ponía a escribir críticas o ensayos sobre cf. En un Roland Garros, el que ganaron en categoría masculina Sergi Bruguera, en femenina Arantxa Sánchez Vicario y en junior Roberto Carretero, llegué a producir siete páginas enteras de periódico. Recuerdo el dato y que una de ellas fue la contraportada, con los festejos en la embajada de los Campos Elíseos. Por supuesto, ni la menor idea de lo que escribí. Ahora mismo ni siquiera me acuerdo de quiénes fueron los rivales de los españoles en esas finales (acabo de buscarlo: Alberto Berasategui y Mary Pierce, la odiosa franco-yanqui).

A la vez que me anotaba ese tipo de hazañitas estériles, dirigía una revista de ciencia ficción en una ciudad en la que al principio no vivía. Aunque me vienen a la memoria generalidades y anécdotas de la época, tenía la vaga sensación de que había perdido la noción de muchas de las cosas que escribí ahí, incluso de los relatos que escogí publicar. Hice un repaso hace unos días y, en efecto, me sería posible releer algunos números sin más que un recuerdo superficial de su elaboración, pese a haber supervisado cada coma. Aunque esa era la intención de este texto, ofrecer una valoración honesta de mi trabajo de entonces con la perspectiva de los años, como se verá más adelante no va a poder cumplirse.

A estas alturas, creo que puedo permitirme compartir algunos recuerdos. He sido una persona que cumplió buena parte de sus sueños, eso no puedo quitármelo nadie. A los 25 años empecé a dirigir una revista de ciencia ficción, una de las cosas que más deseaba en el mundo, porque eran mi máximo objeto de veneración. Seguramente ya habrá quedado claro a quien haya seguido estos artículos. Fue una combinación de factores realmente curiosa la que me puso al frente de Gigamesh.

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20

Hitos

Hubo un tiempo en el que conmemoraba las efemérides de empezar y terminar cosas en Internet sin fallar ni una. El aniversario de, dos años tras, un lustro desde… Con el transcurrir de la vida y los proyectos el tema pasó a darme un poco lo mismo. Se pilla gusto a lo que se hace rápido y fácil, otra reseña; se deja a un lado lo que cuesta, cualquier otro contenido. Más cuando agotas tu receta de la celebración. Ese cúmulo de agradecimiento, nostalgia, lamento y promesa termina pareciendo una excusa para festejar tu supervivencia entre las lápidas de los que han caído, contada con esa medio sonrisa estúpida del que piensa que todavía puede marcar la diferencia en el territorio #FIAWOL (risas enlatadas).

El hecho es que este 2020 tanto podía festejar mi décimo año en twitter; la docena desde que un grupo de aguerridos fandomitas se reuniera en Urueña para urdir Prospectiva; mi decimocuarto ejercicio al frente de C, un proyecto cuya patada definitiva llegó durante la primera y última Septentrión; los quince años desde el cierre de Cyberdark o los veinte de su fundación; etcétera. Sin embargo, en esta secuencia hay una fecha todavía más personal cuyo aniversario se cumple hoy, 16 de abril: mis dos décadas escribiendo sobre narrativa en internet. Un hobby que me llegó un poco más mayor que al grueso de fancinerosos que se estrenaron en las décadas anteriores y que, más o menos, me ha permitido abrirme un pequeño hueco en la esfera fandom de España. Gracias, sobre todo, a esa constancia que se ha convertido en mi seña de identidad. No al nivel de afirmar que sobreviviré a Francisco José Súñer Iglesias y su eterno impulso a la web decana en la ciencia ficción de nuestro país, pero sí para haberme formado una perspectiva lo suficientemente extendida y, al menos, valorar por qué me sigue mereciendo la pena mantener esta actividad.

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Fracasando por placer (VI): Alien nº1, diciembre de 1981

Cabecera Alien

Es una pregunta que surge periódicamente en la cabeza de alguien, por lo general poco informado: si las revistas de cualquier temática suelen ser grandes y con los santos a colores, ¿por qué no hacer una de literatura de ciencia ficción así? Al fin y al cabo, bien lustrosas quedan las ilustraciones de naves, las jamonas espaciales, las esferas de Dyson… Hay otros factores adicionales, como que ese tamaño permite la difusión en quiosco y el cobro de mejores tarifas de publicidad.

Sin embargo, y deseándole lo mejor a la actual Windumanoth, lo cierto es que este razonamiento ha demostrado ser reiteradamente erróneo. Casi todas las revistas más longevas en España (si no consideramos revista a una publicación sin ninguna estructura profesional como BEM, lo que sería otra discusión ya bastante repetida), prácticamente 24 de las 25 más longevas en Estados Unidos, han sido en formato libro o al menos más pequeñas de lo normal en cualquier otro sector, como Gigamesh o Solaris. La inglesa Interzone es casi la única excepción. Las castañas que hemos vivido aquí con este tipo de proyectos, que suelen ser necesariamente aparatosos, han sido curiosas y forman parte de los momentos más divertidos de nuestra intrahistoria.

¿Por qué no suelen funcionar esos experimentos? Básicamente, porque las tiradas exigidas para la distribución en quiosco, que históricamente han sido de varios miles de ejemplares, no se corresponden en modo alguno con el interés el público real. Las revistas de otras temáticas asumen que para vender 50.000 deben imprimir 80.000 y mandar al crematorio 30.000, pero 50.000 ya es un número bueno tanto como ingreso en sí como por lo que permite cobrar a los anunciantes. Imprimir 15.000 para vender con mucha suerte 5.000 no permite una escala equivalente en modo alguno. Y estoy dando datos de los años ochenta, que no se corresponden de ninguna manera con los actuales, tanto por el encogimiento del número de lectores de género como por los del mercado de revistas en sí.

Por otra parte, la publicidad en revistas especializadas tiene la dificultad adicional de cuál es la consideración que tiene el nicho temático tratado para los anunciantes. Lamento comunicar que la percepción tradicional del nicho friki en España fue que éramos la escoria, pobres como ratas y empeñados en comprar cosas totalmente apartadas del mercado publicitario en general.

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Fracasando por placer (IV): Minotauro 7, agosto de 1984

Minotauro 7

Algo que puede resultar curioso desde la perspectiva actual es que cuando llegué al fandom nos mirábamos siempre en el espejo de Argentina. Nueva Dimensión había cerrado unos pocos años atrás, y los ochenta fueron aquí un páramo: había algunos fanzines más o menos erráticos, salían autores españoles de pascuas a ramos en Ultramar… Pero eso era todo. Se hablaba siempre del pasado glorioso mientras se escuchaba el runrún de que en Argentina las cosas iban mejor, había varias publicaciones activas y escritores gigantes que aprobaban o practicaban ocasionalmente el género como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

A ello contribuía también, como luego supimos cuando la comunicación se hizo más sencilla, que al conocido hábito autodespectivo español se contraponía la fanfarria argentina, esa que impulsa a cualquier ganador del Certamen Tributo a Peter Capusotto de Salta presentarse a sí mismo como un elegido a la diestra de Julio Cortázar. Esa costumbre se ha terminado por filtrar y ahora son los subcampeones (más que campeones) del Juego Floral Homenaje a Agustín «Tato» Abadía de Logroño los que inflan de farfollas sus historiales, porque internet parece termina por sacar lo malo en algún grupo humano: es la maldición de Bradbury; las tecnologías no son malvadas, sino estúpidas algunas de las personas que las usan.

La única forma de acceder a las revistas argentinas resultó ser entonces una tienda de cerámica de Barcelona, a la que me encaminé de tardoadolescente. Más que los antiguos Nebulae, los Acervo descatalogados u otras maravillas arcanas, lo que me llevó por primera vez a Gigamesh creo que fue la posibilidad de conseguir revistas argentinas. No recuerdo haberle preguntado a Alejo Cuervo cómo las conseguía, supongo que en intercambios por material español con Luis Pestarini o algún otro corresponsal de allí.

Y sí, eran buenas. Eran muy buenas. Ya irán saliendo por aquí: El Péndulo, Cuásar, Pársec, las dos etapas de Minotauro, sobre todo. Las traducciones eran sólidas, los relatos bien escogidos, los ensayos de gente como Pablo Capanna o Elvio Gandolfo muy por encima del material español de la época, de las ilustraciones de gente como Chichoni para qué hablar… Sólo bajaba el nivel algún relato local, sobre todo si caía en plan «presencia de prestigio» el ganador del Premio Jorge Cafrune de Ultracorto de Comodoro Rivadavia de turno.

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Lo grotesco, de Santiago Eximeno

Lo grotescoHan pasado quince años desde que “Origami” me golpeara en el número 33 de la revista Gigamesh. Un cuento emocionante que para muchos supuso la presentación en sociedad de su autor, Santiago Eximeno. Desde aquel lejano 2002 me he ido reencontrando con él en revistas, antologías, colecciones de relatos, novelas. Durante todo este tiempo me ha sorprendido cómo ha progresado en su escritura manteniendo unas señas de identidad que, en parte, ya estaban en “Origami”. La fragilidad del cuerpo humano, el conflicto dentro de la familia, la pérdida de un ser querido y el duelo, la contención en el uso de lo fantástico… Tal y como se puede observar en Lo grotesco, su última colección de relatos, su producción mantiene una atractiva diversidad pero es en la presencia de estas características donde personalmente sigo reencontrándome con lo mejor de Santiago Eximeno.

Una mujer que abandona a su marido y lo deja al cuidado de su hijo (“Lovot”), un percance de salud que deja a un abuelo discapacitado sin visos de recuperación (“Tradición”), un padre y una hija que se reencuentran después de que a ella le hayan diagnosticado una enfermedad grave (“Pajaritos”)… Una parte de Lo grotesco pone al lector ante pequeños cataclismos familiares en una España a cinco minutos en el futuro donde se intuye el azote de la crisis económica. El golpe de efecto llega con el perverso giro fantástico/especulativo, un toque mínimo con el que Eximeno ahonda en el dolor de los personajes mientras saca partido a la situación caso de la imposibilidad de atender a los dependientes de “Tradición” o esa habilidad española para banalizar y mercantilizar cualquier detalle de “Pajaritos”.

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Los premios Ignotus: 1991-2000

Los premios Ignotus 1999-2000Larga (y discontinua) ha sido la gestación de este proyecto con más de diez años a su espalda. En 2005 iba a ser la editorial Bibliópolis quien se encargara de él. Incluso llegué a fantasear con una posible división en volúmenes. Aquél era FIAWOL del bueno. Sin embargo la realidad de un mercado editorial reacio al formato breve dio al traste con la iniciativa; la pieza de dominó nonata de la cadena de antologías Semillas de tiempo, Artifex y Paura. Tuvo que ser una editorial mucho más modesta y versátil, Sportula, con la publicación de colecciones de relatos y antologías en su ADN, la que recuperara la idea y diera a luz el primero de los volúmenes con los ganadores de la categoría de relato otorgados en el siglo XX. Una década más tarde.

Me parece un acierto la estructura incorporada al libro, en gran parte derivada de aquellos volúmenes de Los premios Hugo traducidos por Martínez Roca a finales de los años 80. Cada relato se acompaña de una introducción escrita por Rodolfo Martínez, muy alejada de lo habitual en estos casos. No hay semblanzas biográficas o descripciones de las claves de las historias prologadas sino anécdotas que Martínez recuerda de su relación con cada autor. Cómo se conocieron, cómo ha evolucionado su relación, algún detalle que admire, anécdotas… Un reflejo de aquellos textos de Asimov un tanto egocéntricos pero repletos de cercanía.

Además, y es lo más relevante del volumen aparte de los relatos, si alguien busca información más canónica, Los premios Ignotus 1991-2000 se abre con un ensayo de Juanma Santiago sobre la intrahistoria de los Ignotus. Medio centenar de páginas a modo de recuerdo de lo que fue la afición durante la década: la creación de la aefcft, el nacimiento de las antologías Visiones, la gestación de los premios, recuerdos año a años de los cuentos ganadores, algunos finalistas, las circunstancias importantes para llevarse el galardón… Memoria viva del fandom contada con un estilo espontáneo y autorreferencial, posiblemente tan apreciado por los iniciados en el sacrosanto misterio del fandom como extraño para el lego.

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Paco Porrúa, In Memoriam

Paco Porrúa

No he conocido a tantas personas de las que se pueda decir sin asomo de duda que hicieron del mundo un lugar un poco mejor que si no hubieran estado por aquí. Paco Porrúa fue una de ellas.

Seguro que entre los que me lean habrá quienes no conozcan quién fue Paco Porrúa, fallecido esta semana. El fundador de la editorial Minotauro hace más de 60 años en Argentina y también editor de bastantes de los mejores escritores en lengua castellana mientras trabajaba para otras firmas. Una de las personas decisivas para entender la evolución de la literatura fantástica en nuestro idioma, durante décadas quizá el único valedor de la calidad literaria dentro del género en español.

Dado que le apreciaba y lamento mucho su muerte, quiero escribir un recuerdo personal. Traté a Paco con frecuencia durante los años que viví en Barcelona, a finales del milenio pasado. Él era el editor mítico de Minotauro, el hombre que había publicado Cien años de soledad y Rayuela. Pero me recibió en su oficina a mí, un periodista veinteañero que dirigía una pequeña revista de ciencia ficción, con total naturalidad. Ni siquiera creo que fueran decisivas la intercesión de Marcial Souto, que trabajaba con él, o de Alejo Cuervo, que siempre le ha admirado y con el que le visité por primera vez, creo que para darle un premio Gigamesh; mi impresión es que su naturaleza era intrínsecamente amable. Simplemente, Paco no tenía contacto con el mundillo del género porque no tenía tiempo; cuando más tarde le llegaron reconocimientos y premios, siempre los recibió con una socarronería en la que, con el tiempo, aprendí a reconocer una llamita de ilusión.

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Máscara, de Stanislaw Lem

Máscara

Máscara

Según leía esta recopilación de relatos de Lem que acaba de editar Impedimenta me reafirmaba una vez más en mi admiración por este magnífico escritor. Es increíblemente original. En sus obras anteriormente publicadas ya vemos esto, pero paladear cómo se supera relato tras relato en esta antología, cómo explota nuestro cerebro con cada vuelta de tuerca, es una experiencia que deja sin aliento.

La traducción directa del polaco, una vez más gracias a Joanna Orzechowska, es magnífica y la edición, como siempre en Impedimenta, está muy cuidada. Desde el color y tacto del papel a la magnifica portada (como le sientan de bien las ascidiae de Ernst Haeckel). Pero hay más. El orden de los relatos cronológico según fueron escritos, que ya está en el original, dota a la obra de un crescendo en magnificencia. Lem, según pasa el tiempo, arriesga más y el sentido de la maravilla y la profundidad van en paralelo. Es increíble que, en su mayoría, se trate de cuentos secundarios no incluidos en sus obras más reconocidas, de restos olvidados.

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