Donantes de sueño, de Karen Russell

Donantes de sueñoQué sugerente e inusual es este Donantes de sueño de la estadounidense Karen Russell. La novela narra el avance de una epidemia de insomnio extremo, una misteriosa enfermedad que condena a los infectados a una muerte horrible y lenta. La única esperanza de los insomnes es recibir una transfusión de sueño REM, unas horas de descanso reparador que solo se pueden extraer de personas sanas dispuestas a renunciar a ellas. Y es en esa transacción altruista, con todo lo que conlleva (el sacrificio de los donantes, las obligaciones morales y sus límites, la instrumentalización de la solidaridad, la legitimidad —o no— de la manipulación y el chantaje emocional en aras de una buena causa), donde Russell pone el foco. Porque a la autora no le interesa ni indagar en el origen de la enfermedad ni explorar su impacto en la civilización ni relatar los esfuerzos de los científicos para combatirla ni desgranar en qué consiste exactamente esa oscura tecnología que permite traspasar el descanso de una persona a otra. Todos estos elementos, que hubieran suministrado material de sobra para alimentar otro tipo de historia, son en este caso una mera excusa, el McGuffin del que se sirve Russel para hablar de otras cosas, entre las que destaca fundamentalmente una: hasta qué punto estaría justificado perjudicar a un inocente para beneficiar a un gran número de personas.

La sombra de un clásico, Los que se alejan de Omelas, planea inevitablemente sobre cualquier texto mínimamente ambicioso que pretenda abordar este tipo de dilema. La situación que plantea Russell es mucho más de andar por casa, menos extrema y desgarradora que la descrita por Le Guin, pero ello no la hace menos interesante. Sobre todo porque, a medida que la historia avanza, la autora va apretando paulatinamente los tornillos, añadiendo una vuelta de tuerca tras otra hasta que se acaban desdibujando los contornos de lo obvio (todos sabemos, claro, que lo razonable es ser solidarios, que renunciar a una pequeña parte de tu descanso a cambio de prolongar la vida de otros es el único comportamiento decente en una situación como que se plantea en la novela) para adentrarse en terrenos cada vez más tenebrosos.

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En torno a Omelas

Quienes se alejan de OmelasMisteriosos son los caminos por los que progresa la cultura; investigar cómo ciertos movimientos y obras sobrenadan la corriente temporal hasta perdurar y destacar entre el resto se convierte en una labor, más que detectivesca, de rastreador profesional. Qué aleatorias parecen las causas por las que muchas veces un libro, una película o cualquier creación artística se mantienen, recobran vida y se proyectan hacia el futuro. En estos tiempos de información sin fin, fuentes ilimitadas y canales por doquier es prácticamente imposible seguir los vericuetos de la popularidad y determinar las causas del éxito de un producto cultural o el porqué de su resurrección. Les pondré un ejemplo de lo caprichosa que parece, en ocasiones, la recuperación de una obra.

En 2019, BTS, la gran boy band de los últimos años, ídolos del pop coreano y mundial, lanzan el videoclip de la canción “Spring Day”. En sus imágenes aparecen un par de referencias de ciencia ficción, ambas procedentes de dos obras distópicas. El objetivo al incluirlas en el vídeo no es profundizar en su carácter político, sino crear con ellas reflejos estéticos. De la película Snowpiercer, un pequeño éxito también coreano, se menciona el nombre en la letra de la canción. En el videoclip se puede ver a algunos miembros de la banda recorrer los pasillos de un tren que atraviesa la nieve. No es mucho, pero tras el estreno del vídeo hubo algunas alusiones en las redes a esta referencia. Si no obtuvo mayor repercusión fue debido a que la segunda acaparó casi toda la atención de los fans. En un par de planos, en grandes letras, aparecía una misteriosa palabra: Omelas.

La canción de BTS aborda la añoranza, el sentimiento de tristeza que te embarga al echar de menos a alguien querido. Las imágenes, en las que Omelas aparece dos veces como un rótulo luminoso, recurren a ese nombre propio con fines creativos, para provocar sensaciones estéticas mediante el uso de algunos elementos del trasfondo del relato al que da título. El más evidente muestra el malestar de uno de los miembros en soledad, siempre en contraste con la alegría del grupo unido. A los dos segundos del estreno, millones de adolescentes, toda una generación nueva, se interesaron por el texto que dio vida a esa palabra, el inmortal relato de Ursula K. Le Guin titulado “The Ones Who Walk Away From Omelas”. Busquen en youtube y encontrarán decenas de vídeos hechos por adolescentes tratando de explicar la fuente, el origen de esa palabra que da nombre a una ciudad y el significado del cuento que la incluye. Teorías, opiniones, análisis a mansalva más o menos certeros. Da igual que un fuerte porcentaje de este interés se corresponda, como bien sabemos, con la necesidad actual de generar contenido, de sacarlo de donde sea. Lo que cuenta es el impulso que recibió el relato de Le Guin, ese segundo aire en el presente y la seguridad de su permanencia en esas mentes en el futuro, su visibilidad para las siguientes generaciones. Algo tremendamente positivo, pues se trata, sin duda alguna, de un texto que va más allá de su valor literario, una de esas raras obras que, debido a la influencia de su discurso, no es exagerado calificar como imprescindibles.

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