La fiebre del heno, de Stanislaw Lem

La fiebre del heno

La fiebre del heno

Supongo que la literatura es como el queso. Si te gusta mucho lo comerás todos los días y nunca dirás que no a la hora de probar una clase desconocida. Será un placer picar aquí y allá y degustar quesos de diferentes tipos: más fuertes o más suaves, curados, frescos, picantes, salados, azules… Y, después de convertirte en un pequeño entendido y haberlos probado casi todos, habrá dos o tres que sean tus favoritos; aquellos imprescindibles cuya degustación es para ti toda una experiencia. Evidentemente, se trata de una cuestión de gustos, pero la calidad tiene mucho que decir. Siempre.

No todas las obras literarias de este siglo (perdón, del siglo pasado, aún cuesta acostumbrarse) pueden hablar por sí mismas y decirnos que su degustación es toda una experiencia. Continúa siendo una cuestión de gustos –donde tanto se puede discutir– pero sin duda la calidad literaria sigue mandando. La obra del polaco Stanislaw Lem puede calar o no en los gustos personales del lector, pero su calidad queda fuera de toda duda.

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