Atrapados en estrecha compañía, de Daniel Pérez Navarro

Atrapados en estrecha compañíaLa Cosa es una película impactante, más si cabe durante la adolescencia. Recuerdo verla en VHS con 15 o 16 años mientras pasaba unos días en casa de mi abuela, tras alquilarla en un videoclub del pueblo de al lado. Algo a lo que me había resistido porque me daba pavor lo que me habían contado sobre ella y recordar la imagen de carátula que tenía asociada; esa criatura informe, indefinida, hecha de carne y sangre que te contemplaba sobre esas tres siluetas en fondo blanco. La experiencia fue transformadora. Todas las películas con monstruo que vinieron posteriormente quedaron a sus pies y pocas veces recuperaría esa sensación de paranoia, intriga, duda. Además, La Cosa invita a la discusión y el debate. En un nivel más primario, el juego detectivesco de quiénes y cuándo se transforman en Cosas. Soterradas quedan muchas otras cuestiones que abarcan lo político, lo social, la manera de contar historias, el modo de acrecentar las emociones del espectador mediante la música…

Al igual que en su estudio sobre El resplandor, Torrance, en Atrapados en estrecha compañía Daniel Pérez Navarro reivindica el ensayo en su acepción primordial: tantear ideas, profundizar en sus significados y sacar a la luz su conexión con cualquier aspecto de nuestra cultura. Ese es el sentido de los 10 capítulos del libro. Cada uno abre en canal un tema que, en la secuencia en la que están engarzados, se realimenta con los anteriores y posteriores. Esa malla de argumentaciones analiza el entramado de La Cosa desde una multiplicidad de ángulos. Algunos bastante discutidos, otros inician exploraciones pioneras.

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Ominosus

OminosusNunca he sido muy fan de Lovecraft. Mi iniciación a sus Mitos llegó a través de La llamada de Cthulhu, aquel juego de rol en el que la cordura de tu personaje duraba menos que un sobre en una sede del PP. A raíz de aquellas tardes enfrentado a batracios legamosos, criaturas fungosas y presencias ominosas, me leí Dagón y otros cuentos macabros, una de las colecciones publicadas por Alianza. La verdad, no me sentí atraído en exceso por unas historias escleróticas, atravesadas por un lenguaje demasiado recargado para mi tierno gusto. Más tarde leí En las montañas de la locura, relatos aquí y allá, y entré mejor en ese mundo insensible ante el sufrimiento de los personajes que pululaban por él. Pero mi mente ya estaba más orientada hacia otro tipo de lecturas y apenas he vuelto a él puntualmente, más a través de otros autores observando sus mitos bajo “otra mirada” que mediante su obra. Sin embargo en los últimos meses ha regresado a mi pila indirectamente… y con fuerza.

En Navidad devoré El rito, la novela de Laird Barron publicada por Valdemar. Quedé atrapado por su recreación de los grandes temas de Lovecraft y cómo Barron los utilizaba para aproximarse a otras inquietudes caso del pavor que produce lo femenino entre un grupo significativo de varones. Además como huevo de pascua incluía su propia versión de lo que hizo Angela Carter en La cámara sangrienta, arrancando cualquier rasgo edulcorado a un cuento clásico, “El enano saltarín”, y recreándolo hasta incrustarlo en todo su salvaje esplendor dentro de la cosmogonía de su novela. Como cuando uno se siente atraído por un fogonazo queda con ganas de más, he terminado llegando hasta la antología Ominosus; la ofrenda de Fata Libelli a la ficción de tintes lovecraftianos que incluye una novela corta de Barron.
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