Afterland, de Lauren Beukes

AfterlandParece mentira que después de la atención concitada por Las luminosas durante los meses previos a su lanzamiento, y con la publicidad (relativa) lograda con la reciente adaptación por Apple TV, Afterland haya pasado tan desapercibida. Llegó a nuestras librerías a principios de 2021 de tapadillo sin apenas reseñas en medios especializados y su irrelevancia ha persistido; entre los aficionados a la ciencia ficción y, lo que es peor, entre ese público generalista al que, mirando el aspecto externo del libro, parecía estar destinado. Aunque siento afinidad por Beukes, encuentro una cierta alegría en esta invisibilidad: de sus tres novelas traducidas al español me parece, con diferencia, la más floja. Un peñazo a pesar de hacer uso de toda una serie de recursos que se dan por sentado como escape infalible del territorio modorra.

En Afterland Beukes regresa al thriller, aunque esta vez abandona la franja criminal “hay un psicokiller suelto” que tan buenos réditos le diera en Las luminosasMonstruos rotos. La intriga criminal y los toques de novela negra son aquí reemplazados por una historia de carretera: gran parte de la novela relata la huida de una mujer, Cole, y su hijo, Miles, por medio EE.UU. para regresar hasta Sudáfrica, y la caza por parte de su hermana, Billie, rezagada tras una desavenencia que casi termina con su muerte. Detrás de esta persecución no solo hay un deseo de venganza; Billie ha llegado a un acuerdo para vender a Miles. En un mundo en el cual una pandemia ha llevado al 99% de la población masculina al cementerio, ser varón te convierte en un bien muy escaso que interesa atesorar.

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Nuestro propio Adrian Veidt microscópico

En una ocasión en la que entrevisté a Pat Cadigan, hace ya de esto treinta años, al terminar me dio su tarjeta de visita. En ella se podía leer: «Escritora – Futurista». Desde entonces, observé con frecuencia que los autores de ciencia ficción anglosajones tenían un segundo ingreso como conferenciantes, articulistas para medios generales, incluso asesores de empresas. Que yo sepa, hay varios bastante conocidos —por lo menos David Brin y Bruce Sterling— que se ganan sobre todo así la vida. Para mencionar autores más actuales, Tim Maughan hizo un notorio informe para una importante firma de ingeniería, Arup, y PriceWaterhouse Cooper presentó en 2018 un trabajo titulado «Using Science Fiction to explore business innovation», entre otros muchos ejemplos. También es sabido que Larry Niven coordinó para la administración Reagan un grupo, el Citizens Advisory Council on National Space Policy, en el que también participaron al menos Jerry Pournelle y Poul Anderson.

Bien, no pretendo compararme con estos/as señores/as obviamente mucho más listos e imaginativos que yo, y que además en su calidad de creadores me merecen el máximo respeto (no por su ideología, que Anderson y Pournelle sí son ultraderechistas, no como Heinlein, que sobre todo era un señor egoísta y raro). Pero sí es verdad que a lo largo de los años parece ser que yo mismo he ido afinando una cierta capacidad prospectiva. El término me gusta, sí; lo empleé para definir un tipo de literatura que, entre otras cosas, realmente quiere hablar del futuro y se lo toma en serio, a diferencia de lo que impulsa la creación de Star Wars, por poner un ejemplo muy obvio, que es presentar aventuras arropadas por un determinado tipo de iconografía

Prospectiva, sin «literatura», es el análisis serio de futuras tendencias. En mis ejercicios prospectivos de salón, mis amistades me dicen que he tenido algo más de acierto (y unos cuantos fracasos, claro) que la media de lo que se lee en la prensa. Y eso se debe, creo, a que en mi trayectoria personal se han ido produciendo una serie de circunstancias.

La primera y obvia es que he leído mucha ciencia ficción. En una ocasión alguien me acusó de que parecía que había leído TODA la ciencia ficción, y por una vez tuve la chispa para dar una respuesta ingeniosa en el momento: «Hombre, toda no, pero desde luego DEMASIADA». En efecto, no son pocas las ocasiones en las que me arrepiento de no haberme puesto todavía con Guerra y paz, pongamos por caso, mientras sí que he leído prácticamente completos, o al menos todos los contenidos que me interesan, de los en torno a un centenar de ejemplares que publicó la revista Galaxy en el periodo 1950-1959. Sensación agravada porque la verdad es que a mí la mayoría de los clásicos sí que me gustan y tengo a metro y medio de distancia de mi mano, mientras escribo, una bonita edición del tomaco de Tolstoi. Pero es lo que hay, qué puedo decir; ya no hay vuelta atrás, y también disfruté muchas veces incluso con lecturas muy irrelevantes. En apariencia, lo bueno es que he absorbido, qué sé yo, petabytes de información sobre especulaciones acerca del futuro, entre las que no siempre resulta fácil distinguir lo idiota de lo útil. Algún poso habrá dejado.

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