Piranesi, de Susanna Clarke

PiranesiSe hace difícil escribir sobre Piranesi tras la excelente crítica de Alfonso García en esta misma web. Ya he padecido este complejo otras veces, a priori (por eso no he publicado todavía reseña de Kirinyaga, de Mike Resnick, aunque lleva años casi terminada), y a posteriori (luzco con orgullo los hematomas de la enmienda a mi texto sobre El rito, de Laird Barron). Aun así mi empecinamiento y la riqueza de la segunda novela de Susanna Clarke han sido suficientes para vencer cualquier reparo. Sobre todo ha pesado esto último.

Quince velas hemos soplado desde la aparición de Jonathan Strange y el Señor Norrell, un lapso que a más de uno nos llevó a pensar en que, a pesar de las dificultades, estaba enfrascada en un nuevo novelón de la misma envergadura. Es necesario recordarlo, el libro de fantasía más importante de este siglo y el único capaz de entrar en disputa con Pequeño, Grande por el título de Suma Teológica de la Fantasía Moderna (aunque fracase por diversos motivos). La aparición de Piranesi resquebrajó en cierta forma estas expectativas. Es una narración de dimensiones más comedidas y una composición mucho más sencilla. Aunque después te invita a rascar bajo la superficie y te deja desnudo ante esos prejuicios.

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Piranesi, de Susanna Clarke

Corría el año 2004 de nuestro Señor cuando Susanna Clarke irrumpió en el género fantástico como un Leviatán en una cacharrería con su extenso novelón Jonathan Strange y el Sr. Norrell, una fantasía de carácter extremadamente inglés sobre magos de la época georgiana, que, aunque construida con hechuras modernas, rendía entregada pleitesía a la literatura decimonónica anglosajona, algo que sin duda habrá hecho las delicias de los tres fundadores del steampunk. Personalmente, se trataba de una obra que tocaba varias de mis teclas; anglofilia literaria, mitología céltica y una fascinante exploración de una idealizada Inglaterra mítica, mágica y ancestral, de círculos de piedra, desolados páramos cubiertos de niebla, túmulos ominosos y secretos en el corazón del bosque. De cuando las fronteras con lo feérico eran extremadamente tenues para los habitantes de la aislada Albión y reinaba el pensamiento mágico no-racional que tan sólo sobreviviría posteriormente en organizaciones herméticas y esotéricas como la Golden Dawn. De este modo Jonathan Strange y el Señor Norrell se alineaba con esta tradición inglesa de cultivar el género explotando ese vínculo con lo oscuro y arcano que genera ese particular carácter loquérrimo y raro del fantástico que proviene de las islas. Eso que tantas alegrías nos ha dado a los señores mayores aquejados de anglofilia literaria desde que Los Cinco y el tesoro de la isla cayó en nuestras inocentes manos.

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