Al igual que otros grandes autores que no cuentan con la bendición de las principales editoriales, la obra de Simak ha caído en el olvido. Mucho ha llovido desde que apareció la primera y única traducción al castellano de Ciudad, allá en los cincuenta. Fue reeditado en España por última vez en 2006 y hoy solo se puede encontrar en el mercado de segunda mano. Saturados como estamos por títulos cuya espectacular promoción muy rara vez se corresponde con las expectativas generadas, me pregunto qué podría suponer Ciudad para el lector actual de ciencia ficción. Por desgracia, las únicas alternativas con las que cuenta para averiguarlo son buscar en Internet, acercarse a una biblioteca o preguntar a un amigo benevolente, al menos mientras el sector editorial siga preocupándose más por los beneficios que por la calidad de los lanzamientos que coloca puntualmente en las mesas de novedades.
La ciudad… esta ciudad, todas las ciudades… ya están muertas.
A finales del siglo XX el desarrollo tecnológico ha llevado a la civilización a un mundo sin guerras. La amenaza atómica ha desaparecido, la nueva agricultura proporciona alimento en abundancia y el transporte y las comunicaciones han mejorado hasta tal punto que cualquiera puede ir de un sitio a otro velozmente y con total seguridad. En este contexto, la razón de ser de las ciudades como núcleo social se desvanece. La gente es libre de volver al campo y hacer realidad el viejo sueño de una existencia familiar y autosuficiente. Pero el cambio no ha sentado bien a todos: muchos trabajos han dejado de tener sentido, y quienes los desempeñaban deben ser asimilados al nuevo orden. Algunos nostálgicos, que recuerdan y anhelan los viejos días, se niegan a abandonar las últimas casas habitadas de las ciudades. Individuos como John J. Webster advierten que, a causa de la deshumanización y el aislamiento crecientes, el hombre corre el peligro de olvidar su propia identidad.
Así da comienzo Ciudad, crónica narrada desde un futuro remoto al que los ecos de la humanidad han llegado en forma de leyenda. A través de los siglos seguimos el hilo conductor de los Webster, una familia poderosa, un linaje que encarna los valores de toda la raza humana. Desde el punto de vista de unos seres —los perros— sobre los que nada sabemos inicialmente, el relato describe el ascenso y la caída del hombre, criatura mitológica que tal vez nunca existió.