El plagio, de Daniel Jiménez

El plagioEste es uno de esos libros que salta de la mata mientras lees la prensa cultural del fin de semana. Su virtud, suscitar esta atención más allá de apoyar las publicaciones de las editoriales afines al diario en cuestión, se sustenta en cómo Daniel Jiménez ha convertido en novela un plagio padecido por su padre. Un trío de productores se apropiaron de las ideas para vertebrar uno de esos concursos que tapizaban los fines de semana de las privadas durante sus primeros años de emisión. El éxito les proporcionó muchos millones de pesetas (pero muchos). El nombre del programa y la cadena en cuestión tanto dan, así como el de los promotores o el abogado que representó al plagiado durante el juicio y, al parecer, fue untado por la otra parte para sabotear la acusación. Los hechos expuestos sobre sus acciones, desprovistos de cualquier marca identificatoria para evitar problemas legales, hablan por sí solos. El plagio ejerce de monumento a la memoria de una tropelía juzgada desde la más absoluta incompetencia. Sin embargo, hay otro propósito detrás de sus páginas. Un objetivo que las dota de un sentido más personal y, al mismo tiempo, universal.

Jiménez desmenuza en breves dentelladas el endeudamiento y la precariedad económica de su familia para, primero, grabar un piloto para TVE y, después, sufragar el proceso judicial y reclamar la autoría usurpada. Regalos de Navidad en forma de pagarés; llamadas de teléfono pagadas en función de quién la hubiera hecho; ingresos puestos en un fondo común para sacar adelante la casa… Esta sucesión de anécdotas a modo de cuadro costumbrista de una época palidece en cuanto explota una tragedia inconmensurable: la muerte de una de las hermanas del narrador. Se quitó la vida y, en una idea abracadabrante, le dio un giro a su suicidio pensando que sus padres al menos podrían sacar un dinero de esta pérdida.

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