Da cierta vergüenza reconocerlo, habida cuenta de la posición que ocupa el autor en la literatura norteamericana contemporánea, pero hasta leer la última novela de Philip Roth publicada en España, La conjura contra América, no había tenido apenas contacto con la obra de este interesantísimo escritor, salvo por algunos cuentos recogidos en antologías, alguna entrevista y una adaptación cinematográfica reciente, la de La mancha humana, dirigida por Robert Benton en 2003. Más vale tarde que nunca, me apresuro a decir, porque la lectura de La conjura contra América es una experiencia fascinante, a cuya luz desaparece cualquier atisbo de lamentación por lo que uno no ha leído y triunfa en cambio el entusiasmo del descubrimiento. A la vista de la magnífica novela que nos ha entregado Philip Roth, me viene a la memoria la paradójica reflexión de Martín de Riquer sobre la inmortal creación de Miguel de Cervantes: “qué suerte no haber leído nunca el Quijote, para poder descubrirlo por primera vez”. Esa es justamente mi fortuna, pues gracias al desconocimiento de las novelas anteriores de Roth, he tenido la oportunidad de acceder con toda mi capacidad de admiración intacta al vigoroso mundo narrativo de esta novela.
Una novela que parte de un planteamiento de historia-ficción –un relato de historia alternativa, que tiene algunas de las características de la denominada ucronía–, basado en una circunstancia no demasiado conocida por el gran público: la simpatía de Charles Lindbergh, el héroe americano de la aviación, por la causa del nazismo. La conjura contra América proyecta ese hecho hacia un pasado alternativo, en el que Lindbergh se presenta como candidato republicano a las elecciones presidenciales norteamericanas de 1940, vence arrolladoramente a los demócratas de Franklin Delano Roosevelt y pone en práctica una política aislacionista y de pactos con Hitler, que acaba desembocando en la persecución de los judíos norteamericanos.