Dos de los atrevimientos de Oscura deriva son de una osadía fuera de lo común: la narración en segunda persona, y la presencia permeante, casi diría que enaltecedora, de la rabia, del odio, la culpa y la venganza, en el corazón de la historia. Como motor de la historia. Hay que atreverse a erigir una primera novela sobre estos andamios (y que, como es el caso, no parezca una primera novela). Pero no basta con decir esto. Hay que explicar qué tienen de osado esas intenciones, qué tiene de valentía el autor, Carlos J. Sánchez, al haber parido una novela como Oscura deriva, que no intenta, ni quiere, congraciarse con nadie.
La segunda persona es un riesgo por la dificultad que encarna, porque esa voz se dirige a un tú odiado y por lo tanto a quien lee le llega esa voz narrativa como teledirigida, como personalizada, y en Oscura deriva, como decía, nos hablan desde unas coordenadas muy poco complacientes. Nos está desorientando, esa voz: hay una dirección única, es decir, hay alguien que tiene el control de la situación y no es precisamente el protagonista de la acción, sino una voz in absentia que nos habla desde un futuro no cartografiado, alguien a quien aún no hemos visto en acción pero que lo domina todo, y, en cambio, a quienes sí conocemos, como al capitán Thomas Shrike y su tripulación, no sabemos qué les pasa en tiempo presente ni por qué no responden a esa segunda voz de la dominación. La segunda voz es un desplazamiento.