Ventiladores Clyde, de Seth

Ventiladores ClydeDe aquellos años en los que trabajé como vendedor, dos sucesos puntuales quedaron marcados para siempre en mi memoria. Ambos, opuestos, simbolizan y resumen lo mejor y lo peor de ese oficio. El primero de ellos se enmarca en la parte buena, la condición de viajante, y sucede en la carretera comarcal que conduce a Robledo de Chavela, un pueblo situado al oeste de la provincia de Madrid. Es un día frío de invierno, he comido un menú casero en Fresnedillas de la Oliva, el pueblo anterior, en una tasca escondida que ha resultado ser uno de esos descubrimientos casuales invaluables. Voy en el coche sonriendo, recordando las ventas matinales, satisfecho por lo bien que he sabido trabajarme a los clientes. En el reproductor suena Loreena McKennitt y voy pensando en la que podría ser la cuarta comisión del día. La música celta, el calorcillo agradable de la calefacción y la digestión del estofado me tienen sumido en un atontamiento feliz. Voy despacio, disfrutando con la vista del campo más allá de la carretera. Diviso al frente una colina sorprendentemente verde para la época. Hay caballos recorriéndola. De repente, empieza a caer aguanieve, cada vez más gruesa. En ese instante todo se fusiona, un sentimiento de felicidad me embarga y me veo obligado a detener el coche en una entrada de tierra lateral para grabar bien el momento en mi memoria. Esos pocos minutos contemplativos, secretos, plantado en medio de ninguna parte, se cuentan, qué tontería, entre los de mayor felicidad de mi vida.

El segundo hecho sucede un lunes de otoño, tras un domingo malo en el que, como tantas otras veces, la presión mental que me produce la planificación del objetivo semanal me ha amargado el fin de semana. Llevo un mes apretado, voy corto para las cifras marcadas por la empresa y la ruta del día es de las difíciles. Me ha costado levantarme. Voy tocado, me he obligado a ducharme, afeitarme, ponerme el traje y salir a la calle. Ni siquiera paro a desayunar como todos los días, el agobio me ha quitado el apetito. Hago los 30 kilómetros que separan mi casa de Móstoles y aparco enfrente del primer cliente, uno de los duros. Apago el motor, permanezco sentado en el coche mirando cómo varias personas entran y salen de la tienda y, veinte minutos después, incapaz de salir del vehículo, arranco de nuevo y conduzco de vuelta a casa. El regreso es una viñeta oscura como las que abundan en este cómic.

La lectura aislada de la primera parte de Ventiladores Clay, obra del autor canadiense Seth, ha reflotado estos recuerdos, puesto que ambos están, en esencia, presentes en la historia, tanto el descubrimiento de lugares nuevos como la presión diaria. Este detalle, por cierto, el de leer sólo la primera parte, también he de explicarlo. Esta obra ha tardado veinte años en completarse (un poco menos de lo que tardó Jason Lutes en acabar su Berlín), una labor titánica. Ediciones Sinsentido publicó sólo la primera parte, dividida a su vez en otras dos, hace nada menos que 18 años. Como no lo indica en ningún sitio, al coger el cómic en la biblioteca interpreté que contenía la obra completa. Y podría haberlo sido, pues tiene valor independiente, sentido unitario por sí misma. En principio me pareció una novela gráfica notable, un prodigio en el que se desgranan, a traves de la historia contrapuesta de dos hermanos, desde el futuro y el pasado, los pros y contras de un oficio para el que es fundamental tener empaque. No sólo labia, sino un carácter y un aguante determinados. La venta es una profesión que castiga y recompensa, y que incluso te propone dilemas éticos. Puede endurecerte o acabar contigo, depende de lo que lleves dentro. Esto cuenta esa primera parte, con un guión espléndido y un dibujo que se me antoja perfecto para la historia que desarrolla. Holla en el ámbito del cómic el mismo terreno crítico que Glengarry Glenn Ross en el medio cinematográfico, pero con una personalidad artística superior. La narración es fascinante, acumulativa, va dejando poso y pistas a enlazar sin que lo percibas, utiliza diferentes registros y controla los tiempos de forma magistral.

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La era del espíritu baldío, de Damián Cordones

El grupo pop avant-garde formado por globos oculares con cuerpo humano más famoso de todos los tiempos, The Residents, publicó a mediados de los años setenta su clásico The Third Reich´n`Roll, un disco en el que se proponía una lista de éxitos del pop que sonaría en el Reich de los Mil Años, lista formada por versiones de standards del acervo de la música popular norteamericana pero como retransmitidas desde el infierno a través un transistor de esos que llevamos los señores mayores para oír el Carrusel Deportivo durante el paseo de los domingos. El resultado es una sátira de la tiranía radiomusical, la música pop vista como ese puto ruidillo de fondo que suena a todas horas por todas partes, que banaliza y quita valor al acto de escuchar música. Pero, y tratándose de mí siempre hay un pero, al llevar este concepto a un extremo en el que la forma se ajusta al fondo como un guante de terciopelo forjado en hierro, el resultado es un pelín árido de escuchar, más cercano al arte conceptual que a la inmediatez de la música popular. Y me viene de perlas traer este disco a colación, porque la lectura de La era del espíritu baldío me ha recordado a la experiencia de escuchar el sarcástico elepé del grupo de chalados de San Francisco; la traslación implacable al papel de una serie de conceptos dificilillos y nada simpáticos, básicamente la disolución de nuestra realidad consensuada y los pilares que la sostienen como es nuestra propia identidad, la imposibilidad de entender un mundo del que los descubrimientos científicos arrojan una imagen cada vez más abstracta y refractaria a la percepción humana y el apocalipsis no como punto final, sino como transición hacia una nueva realidad totalmente ajena e incomprensible para los seres humanos que la habitan.

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La guerra de los mundos, de Howard Koch y Orson Welles, y el estudio posterior de Hadley Cantril sobre la psicología del pánico

Nota inicial (30/10/2013): Antes de la lectura de esta reseña recomiendo pasarse por el siguiente artículo que habla sobre la repercusión que tuvo la emisión del Mercury Theatre, bastante menor de lo que se suele comentar. Sus autores, Jefferson Pooley y Michael Socolow, son profesores universitarios de comunicación y periodismo y autores de un libro sobre el fenómeno La guerra de los mundos y el estudio de Cantril. El artículo señala varios errores cometidos en el estudio de las cifras por el sociólogo de la Universidad de Princeton que se refieren a las dimensiones del “pánico”, pero no a lo que llevó a parte del público a alarmarse/asustarse.

El título más largo e inexacto del mundo

El título más largo e inexacto del mundo

Hace 75 años, el 30 de Octubre de 1938, el Mercury Theatre puso en antena la adaptación de La guerra de los mundos de H. G. Wells escrita para la ocasión por Howard Koch. El temor que indujo entre un porcentaje significativo de sus oyentes, especialmente en zonas rurales, forma parte de nuestro imaginario colectivo, probablemente sobreestimado por el paso del tiempo y el efecto magnificador de unos medios de comunicación que disparon su alcance. Este libro resulta interesante para indagar en lo ocurrido; además del guión utilizado por la compañía de Orson Welles incluye un estudio del sociólogo Hadley Cantril sobre las causas del pánico desencadenado aquella noche de otoño. Entre miles, decenas de miles o centenares de miles de radioyentes.

El guión de Koch es un pequeño dulce. Uno pasa sus páginas mientras se imagina la puesta en escena y entiende por qué la gente se pudo alarmar de aquella manera. De un ingenio sibilino, y con una densidad más que notable, toca todos los momentos claves de la obra de Wells. No solo cuenta la llegada de los marcianos sino que también ofrece un vistazo a lo que sería el mundo tras la presumible aniquilación de la civilización humana antes de la proverbial salvación vía microbios. En apenas una hora junto a la introducción, las piezas musicales para crear atmósfera, los primeros noticiarios…

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