La muerte en verano de 2017 de Brian Aldiss me llevó a rebuscar por las estanterías de pendientes a ver los títulos que tenía disponibles. Como llegué a la ciencia ficción a finales de los 80, me encontré con los títulos más señalados publicados en colecciones desaparecidas antes de aquellos años y nunca reeditados: Barbagris y Los oscuros años luz. También los dos títulos mainstream traducidos durante aquella década: Ruinas y este Mano dura. Este último me hizo recordar la recomendación de Iván Fernández Balbuena allá por 2001 o 2002: internados británicos y sexo, mucho sexo. Un combo polémico para una historia que, como curiosidad, terminó formando parte de la lista larga del premio Man Booker de 1970 junto a otra decena de novelas el año que, por un cambio en la mecánica de selección de obras, el certamen no se celebró. Una curiosidad rollo retroHugo que se llevó a cabo hace poco más de un lustro.
Contada en primera persona, el autor de La nave estelar y El tapiz de Malacia se sustancia en los recuerdos de infancia de Horatio Stubbs, un personaje que, como el propio Aldiss, vivió su niñez y adolescencia en el período de entreguerras en Norfolk. Sin embargo, para evitar la prolijidad que podría surgir de un propósito tan general, sitúa su foco sobre algo tan concreto como su iniciación sexual y la evolución de sus apetencias. Este hijo de un empleado de banca y un ama de casa, con un hermano mayor que va abriendo camino y una hermana más pequeñas con la que compartirá bastantes ratos, pasa con pies ligeros sobre cualquier faceta ajena a estas cuestiones para poner el peso sobre el descubrimiento de su sexualidad.