Hace unos años quedé sorprendido al leer la novela Simulacron-3 de Daniel F. Galouye, publicada en 1964, en plena era de las computadoras de tarjetas perforadas. La novela, para el que no la conozca, anticipa la realidad virtual de una manera que me pareció realmente admirable. Galouye, según leo en la Wikipedia, era periodista, así que supongo que el crédito de semejante presciencia debe ser casi exclusivamente de su imaginación. Todo lo que se ha escrito después sobre realidad virtual, incluidas novelas como Ciudad permutación o El experimento terminal o los guiones de la serie Matrix son refritos más o menos actualizados y más o menos inteligentes de la idea de Galouye, o del autor que la tuviera en primer lugar, puesto que no conozco suficiente la historia de la ciencia ficción para saber si alguien se le anticipó.
Lo que sucede con la realidad virtual no es un caso aislado. Lo cierto es que, si nos ponemos a revisar la historia de la cf, hay muy poquitas ideas básicas que hayan surgido después de los años sesenta. Tanto es así, que uno se pregunta si lo de centrarse en el espacio interior en vez de hacerlo en el exterior, el recurso a temas tabú y todas esas cosas que casan bien con la década, no surgirían porque no se les ocurría nada realmente original. Da un poco de vértigo pensar que la primera historia de Fundación data de los años cuarenta. Los imperios galácticos no son nada nuevo por más que nos los sigan presentando en gran variedad de tamaños y colores. Los viajes en el tiempo existen desde 1895 si le damos el crédito a H.G.Wells, o desde 1887 si se lo damos al anacronópete de Enrique Gaspar. La idea es de las que más juego pueden dar, incluyendo al sub subgénero de la ucronía que data también como poco de los años treinta.