Ojocuidao!, la reseña que está a punto de leer destripa la novela sin vergüenza ninguna, revelando varios elementos claves de la trama. Si es de los que gusta de sorprenderse con los libros y de leer reseñas bien escritas, razonadas, sin faltas de ortografía y patadas a la entrepierna del castellano, por favor, no continúe .
Confieso que no soy seguidor de China Miéville, dato importante a tener en cuenta antes de que se decidan a seguir adelante. Quizá harían mejor en buscarse otra reseña en la que el autor sepa de lo que escribe, porque lo que les voy a contar no son más que opiniones sin fundamento e información nivel becario de periodismo. Verán, es que soy el típico lector resentido, La estación de la calle Perdido no me gustó. Hala, ya lo he dicho. Sí, tiene toneladas de ambiente y estupendas extravagancias de nueva carne victoriana, pero China no deja de restregártelas por la cara (¿cuántos sinónimos de “apestoso” tiene el idioma inglés?), y como argumentista me parecía pobre (la cansina sucesión de falsos finales resultaba eh, ejem, er, ¿cansina?). Algunas cosas molaban, como el concepto de jugar a ser Dickens en un Londres fantástico y decadente, pero la cosa no acababa de cuajar; bregar con la abigarrada prosa de Miéville era muy cansado y yo estoy ya muy mayor. Pues eso, que no me gustó. Y como soy consciente de mi edad, de que la vida pasa en un suspiro y que cada libro leído significa otro adoquín en nuestro accidentado tránsito a la otra vida, pasé de él y de todo lo que se publicase con su firma. La New Weird llegó detrás en tropel, piqué con varias obras, alguna me gustó, la mayoría no, y no presté mucha atención a la evolución del subsubsubgénero en general y China Miéville en particular.
Hasta que, por motivos profesionales, me encuentro con Embassytown. Una vez leída, la distancia temática y estilística respecto a Perdido es abismal. Estamos ante una incursión en la ciencia ficción setentera, humanista, la más interesada en las ciencias blandas, LeGuin sobre todo, quizá Tiptree Jr, con un pelín de Gene Wolfe y sus reflexiones sobre el colonialismo, las palabras y su relación con la realidad (La quinta cabeza de Cerbero y el Libro del Sol Nuevo), y las novelas sobre el lenguaje y la estructura social de Watson (Empotrados) o Delany (Babel 17, Tritón). Ciencia ficción como ciencia ficción fantástica, es decir, empleando parafernalia de género para extrapolar y examinar un tema concreto desde la distancia y la extrañeza, como si se realizara un experimento con un sujeto en distorsionadas condiciones de laboratorio.