De Lo raro y lo espeluznante, además de un reajuste en la mirada de ciertas historias, saqué una lista de obras a visitar. La de libros estaba encabezada por Margaret Atwood (El año del diluvio), Daphne du Maurier (“No mires ahora”) y Joan Lindsay con este Picnic en Hanging Rock. Tres de los bastiones desde los cuales Mark Fisher construía su idea de Lo espeluznante; ese eerie que, según el autor de Realismo capitalista, se manifestaría bien por una presencia donde no debiera haber nada, bien por una ausencia donde debiera haber algo. Una faceta que Lindsay exploró hasta extremos perturbadores desde una delicadeza desconcertante.
Como afirma Mark Monday en una reseña escrita en Goodreads, Picnic en Hanging Rock se asemeja a una caja mágica. Un contenedor donde entra mucho, bastante más de lo que a priori te imaginas cuando te enteras de su base argumental: contar la desaparición de tres colegialas y una institutriz mientras disfrutaban de un día en el parque de Hanging Rock, y las consecuencias para varias personas involucradas. Me ha encantado lo que Joan Lindsay muestra y, sobre todo, lo que no explicita pero transmite mediante el escenario, la atmósfera, las elipsis, lo simbólico… Cómo con un ligerísimo pero indeleble sarcasmo, se recrea en la Australia del año 1900 subsumida en el ideal victoriano, macerada en pretensiones, equívocos y clasismo, y asediada por una naturaleza indómita. Sin perder de vista que esa historia pasada, con sus connotaciones, sus denotaciones, sus énfasis y olvidos, también trata del momento y el lugar para el que Picnic en Hanging Rock está escrito, la Australia de finales de los años 60, y un presente que invita a retornar a esa quimera identitaria.