Con permiso de Soy leyenda (que Richard Matheson arranca con esa escena inolvidable, Neville saqueando un supermercado relativamente tranquilo porque su reloj marca las tres de la tarde… hasta que un buen rato después vuelve a mirar la hora y comprueba que las manecillas siguen marcando las tres de la tarde), uno de los libros de comienzo más impresionante que recuerdo es Viaje al fin de la noche, de Louis-Ferdinand Céline. Cualquiera que lo haya leído sabrá a qué me refiero: el desconcierto y el miedo de sentirte repentinamente envuelto en un combate; la confusión, la sensación de vulnerabilidad, la ira. Pues bien, todas esas sensaciones están también presentes de alguna manera en el poderoso arranque de La mirada extraña.
“Aniquilador contuvo un grito de rabia y frustración al comprender lo que estaba sucediendo en el campo de batalla: el enemigo, los huesosfrágiles, los estaban masacrando”. Estas son las palabras con las que Martínez arranca al lector de su sofá para soltarlo, sin anestesia ni preámbulos, en medio de una refriega de la que no sabemos nada: ni quiénes son los contendientes ni por qué están enfrentados ni del lado de quién se supone que deberíamos ponernos nosotros. Martínez no tarda en desgranar parte de esa información… pero los datos que proporciona, lejos de satisfacer la curiosidad del lector, le suscitan muchas más preguntas. Como qué clase de seres son esos y dónde están. O cuál es su historia. O qué costumbres tienen y cómo se relacionan entre ellos. O incluso —maldita sea— algo tan básico como qué aspecto tienen.