Fracasando por placer (XXXII): La tienda de los mundos, de Robert Sheckley. Antología incluida en el volumen Los viajes de Joenes, Bibliópolis, 2010

Los viajes de Joenes

Si tuviera que decir qué autor asocio más con el placer de leer ciencia ficción, con el disfrute más directo y carente de cualquier necesidad de análisis, sin duda tendría que mencionar a Robert Sheckley. Mis antologías de Sheckley (las dos publicadas por Nueva Dimensión en su colección de libros, El arma definitiva y Peregrinación a la Tierra, así como las tres aparecidas en Nebulae, Ciudadano del espacio, Paraíso II y La séptima víctima) corrieron de mano en mano de quizá una decena de personas, dando lugar a incontables chistes compartidos. Mientras nos divertíamos con sus planteamientos estrafalarios, también a veces comentábamos la habilidad de Sheckley para extrapolar minucias de nuestro mundo real a extremos que no eran del todo kafkianos, sino propiamente sheckleyanos, situaciones trucadas en las que el absurdo en una observación al pie de la letra, en una conducta superficialmente correcta o en una idea preconcebida se convertía en una dificultad que asfixiaba al protagonista.

Nos resultaba obvio que Sheckley era un fabulador de primera, además de un narrador terriblemente divertido. Sin embargo, en esa misma época en que nosotros venerábamos sus relatos de treinta años atrás en un rincón de los suburbios de Madrid, Sheckley había quedado totalmente relegado de la primera plana del género. En algún momento de los años setenta había perdido el toque. También es verdad que había diversificado su actividad, produciendo más novelas y convirtiéndose en editor adjunto de Omni, donde hizo una gran labor. Pero el fenómeno no puede esconderse, de todas formas: Sheckley, por razones que nunca he conseguido averiguar, se quedó sin chispa.

El excelente artículo que presenta este volumen, a cargo de Jesús Pastor, pasa de puntillas sobre un hecho que a mí me parece innegable, y que ha afectado a otros grandes del género, como y a mencioné aquí con Roger Zelazny (y podría también reflexionarse sobre los trabajos a partir de cierto momento de James Tiptree Jr., Theodore Sturgeon o Ray Bradbury, en situaciones que no son comparables con la decadencia puramente atribuible a la edad de Robert Heinlein, Arthur C. Clarke, Theodore Sturgeon o Robert Silverberg). En casi ningún caso, sin embargo, se pasó de un brillo tan abrumador a una oscuridad tan total. El Sheckley de las últimas dos décadas era un escritor pulp adocenado y carente de la menor originalidad.

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Store of the Worlds. The Stories of Robert Sheckley, selección de Alex Abramovich y Jonathan Lethem

Store of the WorldsTodo lo que rodeó la muerte de Robert Sheckley en 2005, desde su convalecencia durante una visita a Ucrania y la campaña de recogida de dinero para pagar las facturas de su hospitalización, fue una manifestación de la precariedad cotidiana para una mayoría silenciosa de creadores, más en países sin asistencia sanitaria universal. También sirvió de recordatorio sobre las dificultades para algunos maestros del relato de la ciencia ficción en un mundo en el cual este formato prácticamente ya sólo aporta prestigio.

Sheckley todavía es “afortunado” en traducciones al castellano. Tras su fallecimiento se han recuperado en España dos de sus libros. Bibliópolis reunió una de sus novelas, Los viajes de Joenes, junto con una antología de relatos hasta entonces inédita: Store of Infinity; un puñado de narraciones de finales de la década de los 50, el período más fértil y memorable de su trayectoria profesional. Además la difunta colección de RBA volvió a traducir Trueque mental, una novela menor, recordatorio de algunas de la virtudes y la mayoría de los defectos de su quehacer como novelista. Sin embargo un volumen recopilando sus mejores relatos ha quedado fuera de la ecuación, seguramente por la escasa atención concitada por ambos títulos. Si se tiene una cierta soltura en el inglés, Store of the Worlds sería el libro más adecuado para acercarse a esa ficción breve. Un catálogo de la talla de Sheckley como creador, viva demostración de por qué su nombre continúa siendo inexcusable no sólo a la hora de hablar del relato de ciencia ficción.

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