Some Kind Of Fairy Tale, de Graham Joyce

Some Kind Of Fairy TaleVeinte años después de haber desaparecido en un bosque del corazón de Inglaterra, Tara Martin llama a la puerta de la casa de sus padres. El shock tras el inesperado reencuentro es pequeño comparado con el momento en el cual revela que apenas ha estado medio año fuera, raptada por un extraño hasta una región apartada. Según sus palabras, otra realidad. Su aspecto casi adolescente, su convicción y su consistencia al describir la experiencia dotan de verosimilitud a su absurdo relato. La familia contrata un psicólogo para acompañarla en su retorno y, de paso, comprobar qué hay de auténtico y de delirio en esa historia. Mientras se extiende el proceso, los Martin conviven con ese elemento ajeno traído de vuelta a su día a día, con espacio para recuperar la antigua complicidad y los inevitables encontronazos con una joven cuyos modos y costumbres habían olvidado, enterrados por el transcurrir de los años y la inevitable idealización de los buenos viejos tiempos.

Graham Joyce sostiene una parte de Some Kind Of Fairy Tale sobre esa rendición de cuentas con el recuerdo. Los personajes, residentes en un pueblo de la Inglaterra rural, apacible, estática, son forzados a rehacer un hueco en sus vidas a una persona hacia la cual experimentan sentimientos polarizados entre la familiaridad y la extrañeza. Más cuando con el paso de los jornadas se reabren heridas que quedaron sin resolver dos décadas atrás. El caso más paradigmático es el de Richie, el exnovio de adolescencia de Tara y chivo expiatorio de su desaparición, apalizado por la policía en sus pesquisas y sentenciado al olvido por los Martin. Un paria exiliado de la que había sido su familia de facto con el que Tara, su hermano Peter y sus padres se sienten obligados a iniciar un período de aceptación, sanación y perdón.

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Requiem, de Graham Joyce

RequiemLa muerte de Graham Joyce el pasado mes de Septiembre ha supuesto una pérdida irreparable para la literatura fantástica británica. Incluso me atrevería a decir que de un calibre similar a la de Iain Banks, con el cual compartía generación, militancia y relevancia dentro del entorno aficionado anglosajón (fuera ya es otro asunto). Su novela más conocida, Los hechos de la vida, fue su incomparable tarjeta de presentación en España y, a la postre, también un lastre: todo lo traducido posteriormente ha padecida la comparación con un libro polifacético que tanto funciona como retrato social de la Inglaterra tras la Segunda Guerra Mundial, saga familiar de personajes atractivos o leve recreación fantástica de la realidad. En su obituario para The Guardian, Christopher Priest comentaba que Joyce no gustaba de repetirse en sus novelas y eso es algo evidente a poco que se hayan leído El fin de mi vida, Amigos nocturnos o La tierra silenciada. Títulos traducidos que apenas comparten entre sí nada más de un sutil acercamiento desde la fantasía oscura a temas universales: la muerte, el paso de la adolescencia a la edad adulta, las relaciones entre generaciones… Requiem es un ejemplo más en una carrera truncada de manera desafortunada y prematura.

Su protagonista, Tom, llega a Jerusalem poco después de la muerte de su mujer, Kathy, para refugiarse en casa de su mejor amiga. Lo que en principio parecía una necesidad de cobijo para paliar su pérdida se revela como una huida de ciertos eventos ocurridos en su trabajo y su relación con Kathy. Mientras se aloja en un pequeño hostal durante sus primeros días en la ciudad, Tom conoce a un viejo judío que guarda un importante manuscrito del Mar Muerto. Un incunable atesorado con celo cuyo texto alberga otro enigma, esta vez relacionado con los últimos días de la vida de Jesús y el papel que su mujer, María Magdalena, jugó en los primeros días del cristianismo.

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La tierra silenciada, de Graham Joyce

La tierra silenciada

La tierra silenciada

Una pareja inglesa, Zoe y Jake, está de vacaciones en una estación en medio de los Pirineos franceses. Mientras esquiaban a primera hora de la mañana en unas pistas desiertas, un alud sepulta a Zoe y queda enterrada boca abajo. Jake consigue rescatarla y ambos se dirigen hacia su hotel para encontrar que está tan vacío como el resto del pueblo. Inquietos por dónde estará la gente, no le dan más importancia hasta que, a las pocas horas, descubren que no pueden abandonar el lugar: aparece una niebla que está a un tris de conducirles a un precipicio; se dirigen con los esquís en una dirección y, tras unas horas, retornan al punto de partida… Este es el misterio que mueve La tierra silenciada.

Las primeras cien páginas que relatan esta sinopsis se hacen un tanto innecesarias: no contribuyen a enriquecer lo que el lector intuye de la situación ni apenas desarrollan los personajes. Ambos quedan definidos a través de su comportamiento sin enseñar casi aristas, hasta el punto que muestran una escasa reacción ante lo insólito. Más preocupante resulta que en una atmósfera como la que se presenta no surjan conflictos entre ellos. Estamos hablando que una pareja se queda varios días en la más absoluta soledad, sometida a un estrés brutal, con una rutina cotidiana enervante rota por hechos inusuales… En este panorama, La tierra silenciada está más cerca de una versión esotérica de Robinson Crusoe que de Dos en la carretera, condensada en un microescenario y a lo largo de unos pocas jornadas. También es cierto que aparecen un par de cuentas pendientes del pasado, pero todo lo demás se circunscribe al lánguido paso de los días y los pequeños cambios que observan a su alrededor.

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The Tooth Fairy, de Graham Joyce

The Tooth Fairy

The Tooth Fairy

A menudo sostengo la hipótesis de que ciertos autores se equivocaron al asociar su nombre con la literatura fantástica o de ciencia ficción. Y no porque su dominio de esos subgéneros fuese pobre o inadecuado, sino por el sentido de injusticia cósmica que asalta a uno cuando escritores de calidad, inventivos y comparables a cualquier santón de las letras, como Disch, Crowley o Wolfe, se pasan la vida esforzándose en construir una obra que resista el paso del tiempo para que al final su existencia sea conocida sólo por cuatro jugadores de rol anclados en la adolescencia, que cuelgan en sus blogs fotos en las que salen manejando la espada láser de Star Wars y suelen estar de acuerdo con Goebbels en aquello de «Cuando oigo la palabra ‘cultura’ echo la mano a mi revólver».

Pero existen casos aún más flagrantes. Al fin y al cabo, Disch, Crowley o Wolfe cultivan unas formas exigentes, muy a menudo difíciles, saltándose a la torera los conceptos más tradicionales de «entretenimiento» y haciendo inevitable que los lectores sin ínfulas intelectuales se alejen de su producción. En cambio, autores como Graham Joyce se dedican a un tipo de novela de personajes cercanos, que pasan por experiencias universales, cuidando un tipo de narración accesible capaz de enganchar desde las primeras frases y de mantener hasta el final una atmósfera de intriga y misterio. Y sin embargo, Joyce sólo ha visto publicadas dos novelas en nuestro país, manteniéndose inédita toda su producción anterior que incluye libros tan sobresalientes como The Tooth Fairy.

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