¿Qué tienen en común el manual de seguridad de una retroexcavadora y La mano izquierda de la oscuridad, de Ursula K. Le Guin? La argentina Samanta Schweblin utiliza extractos de ambos textos como citas introductorias a su Kentukis (Literatura Random House), y eso dice mucho acerca de las tripas de la novela. Por un lado (“Antes de encender el dispositivo, verifique que todos los hombres estén resguardados de sus partes peligrosas”) nos habla sobre el aparato bruto, desnudo. La tecnología es neutra, impersonal y fría; puede resultar útil, pero también peligrosa, dependiendo del uso que le demos. Por otro (“¿Nos contará usted de los otros mundos allá entre las estrellas, de los otros hombres, de las otras vidas?”), nos evoca la curiosidad innata del ser humano, el romanticismo, la pátina de fascinación con la que a menudo revestimos las vidas de aquellos a los que no conocemos. Y esta dualidad es precisamente el eje central de Kentukis.
Los “kentukis” del título son unos dispositivos con forma de muñeco, controlados a distancia por un usuario, que hacen furor en todo el mundo. Una persona puede escoger entre comprar un “kentuki” para tenerlo en casa a modo de animal de compañía o adquirir un código que le permitirá controlar a un “kentuki” vía online. La conexión se realiza al azar en el momento en el que un muñeco y un código son activados, por lo que ni amo ni mascota tienen posibilidad de saber de antemano a quién se encontrarán al otro lado.