Cuando uno va a una librería especializada y pregunta por novelas canónicas de fantasía anteriores a El Señor de los Anillos, las respuestas suelen ser las mismas que muchos autores de renombre que han corrido mejor suerte y disponen de mejor salud en librerías más generales. Los más conocedores remitirán a los cuentos de Lord Dunsany, uno de los favoritos de Lovecraft. Otros, a Entrebrumas de Hope Mirrlees, novela de cabecera de Neil Gaiman. Y pocos, pero irreductibles, dirigirán su mirada a James Branch Cabell.
James Branch Cabell, quien fuera uno de los escritores favoritos de nada más y nada menos que Robert A. Heinlein, es toda una rara avis. Proveniente de una familia aristocrática, no escribió fantasía de manera circunstancial, sino que fue algo vocacional y ya antes de llagar a los veinte años mostró sus deseos de encomendarse a este género; en aquel momento un territorio inexplorado en el cual podría hacer todo tipo de experimentos literarios, algo que no desaprovechó. Gran muestra de ello es Jurgen, novela que le sobrevivió –lo cual, profetizó con mucha razón–, y la más representativa de su estilo.