La cabaña del fin del mundo, de Paul Tremblay

La cabaña del fin del mundoUna pareja y su hija pasan unos días de descanso en una cabaña en New Hampshire, a la altura de donde Cristo dio las tres voces. Cuatro personas los asedian y les toman prisioneros para someterles a un dilema: el futuro de la humanidad depende de que uno de ellos se sacrifique para salvarla; un sacrificio propio o ejecutado por los otros dos. Para convencerles sólo pueden utilizar la palabra o su propia muerte tal y como queda expuesto cuando uno de ellos se deja asesinar por el resto del cuarteto. A continuación ponen la televisión y las noticias hablan de un acontecimiento cataclísmico que ha asolado las costas del litoral pacífico. ¿Casualidad o manifestación de una amenaza real si no se someten al ritual?

Así transcurre el primer cuarto de La cabaña del fin del mundo, novela de Paul Tremblay cuyos derechos compró M. Night Shyamalan para contar la película del mismo título. El argumento discurre paralelo hasta bien avanzado el texto/metraje, cuando un giro separa su curso hasta alterar una parte significativa de su interpretación. Aun con esa divergencia, el texto se adapta a algunos de los intereses del director nacido en la India y criado en Pensilvania, especialmente los vistos Señales. Aunque aquí vengo a escribir de la novela.

Me ha interesado el propósito de Paul Tremblay. Actualiza las pruebas de fe bíblicas (Abraham, Job, gran parte de figuras del Antiguo Testamento) al pasarlas por el tamiz contemporáneo de encontrar sentido a un mundo que carece de él. Así se sostiene el choque entre los creyentes, una serie de personajes con escasos lugares de coincidencia, receptores de una llamada que les ha puesto en contacto y en curso hacia la cabaña, y la pareja protagonista. Tremblay se toma su tiempo para desplegarlos a través de capítulos que fundamentalmente se cuentan a través del puntos de vista limitados, aunque también hay momentos en los que pasa a la primera persona para acrecentar esa subjetividad. De esa manera trabaja el misterio y la tensión larvada mientras construye el carácter de cada personaje en una suma en general satisfactoria. Aunque Tremblay a ratos se le va la mano en esta construcción.

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Disforia, de David Jasso

DisforiaDavid Jasso ha conseguido apretarme el corazón en un puño en las cuatro novelas que le he leído, desde apenas unas páginas en la fallida Día de perros hasta toda su extensión en La silla. En su clara apuesta por la novela de terror contemporánea hecha en España, Valdemar ha incluido su última novela, Disforia, en su colección Insomnia. Una vuelta de tuerca al material de partida de La silla, de una u otra manera también presente en Feral. Relatos de suspense donde el lector padece en su carne el callejón sin salida en el cuál están atrapados los personajes. Historias claustrofóbicas donde la voluntad de crear malestar, ansiedad, inquietud parece justificar todos los medios utilizados por el narrador. Quizás por haber probado esta medicina en más de una ocasión esta vez me he sentido más alejado de la mano de Jasso, aunque tampoco me quito la sensación que en Disforia he visto más de la cuenta al “mago” detrás del telón.

Un país en una depresión económica sin fin. Un tiempo invernal que dificulta los viajes y las comunicaciones. Una pareja con su hija en una urbanización de montaña deshabitada. Alguien llama a su puerta como si jugara con el timbre, sin responder a las preguntas sobre su identidad o sus intenciones. El matrimonio idea un extravagante plan para observarlo sin ser observados. A partir de ahí llegan las peores horas de sus vidas; un Funny Games amansado y adaptado a nuestra realidad.
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La silla, de David Jasso

La sillaAunque de un tiempo a esta parte parece haberse producido un leve resurgimiento de la publicación de terror en España, habida cuenta de la creación de colecciones dedicadas al género que hasta hace poco brillaban por su ausencia, no deja de ser cierto que el panorama continúa siendo bastante desolador si se compara la cantidad y calidad de lo publicado tanto en fantasía como en ciencia ficción. Las grandes editoriales siguen empeñadas en apostar por autores conocidos y, en la mayoría de los casos, anquilosados y caducos. Desde que hace veinte años Clive Barker nos sorprendiera y deslumbrara con sus Libros sangrientos, el terror ha sido un descorazonador yermo en el que el cine parece haberle tomado el testigo a la literatura.

¿Y en España? Pues resulta que en España, desde hace unos años, ha ido surgiendo una generación de escritores que aman el género y que, contra viento y marea, han decidido dedicarse a él, publicando cómo y cuando pueden en editoriales minoritarias, antologías varias, revistas en papel y electrónicas, y dándose a conocer de manera paulatina pero constante en concursos y certámenes literarios. Estoy pensando en gente como Santiago Eximeno, Marc R. Soto, José Antonio Cotrina, Alfredo Álamo, Juan Díaz Olmedo,… Autores que poco a poco han ido puliendo sus estilos y temáticas hasta dotarles de una pátina de indudable calidad. Autores con ideas que desarrollar y estilo para hacerlo, y que, afortunadamente para los aficionados, han decidido contarlas en clave de terror. Autores a los que no hace falta ser vidente para augurarles un buen futuro. El problema con el que se encuentran es la falta de medios donde publicar, lo que lleva a que en la mayoría de los casos se vean obligados a desarrollar su obra a través del relato corto. Muy pocos se han atrevido aún con la novela, cosa lógica si pensamos que el esfuerzo invertido es mucho mayor y las posibilidades de ver el trabajo publicado mucho menores. Por eso es motivo de alegría que David Jasso, otro escritor a tener en cuenta entre las filas de los surgidos en los últimos tiempos, se haya atrevido con la larga distancia y haya encontrado una editorial donde publicar.

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