Tomo, como ejemplo de esas trampas que nos deja a veces la escritura, un cuento de Theodore Sturgeon, y por tanto como la excepción de una obra, como la puntual bajada de atención ante unos retos invisibles, y no como la norma. Menos conocido que Philip K. Dick o Ray Bradbury, Isaac Asimov o Arthur C. Clarke (por citar las luminarias de siempre), Theodore Sturgeon, como cuentista y novelista, ocupa un lugar destacado dentro del género. Fuera de él, no. Qué tiene que ocurrir para que esto cambie es algo que aún no sé. Un primer paso podría haber sido el hecho de que Kurt Vonnegut lo tuviera siempre como uno de sus referentes confesos, y de que su ubicuo personaje Kilgore Trout estuviera inspirado en él, pero por algún motivo no fue así. Nuevas traducciones en ediciones bonitas, reseñas positivas en los principales suplementos, escritores de renombre confesando su secreta admiración por su obra seguramente serían una solución eficaz. Pero quién sabe.
De todos modos, y reconocimiento público aparte, yendo al título de esta entrada, he encontrado en el cuento “Special Aptitude”/”Espacial aptitud”, del libro A Way Home / Regreso (1955) algunos detalles que nunca había visto en sus otros escritos, que afean el conjunto del texto. Estamos a punto de entrar en el siglo XXIV y el narrador del cuento confiesa que su voto para “El hombre del siglo” irá para el capitán de la nave que le llevó, sesenta años atrás, a recoger minerales a Venus. Miembros de expediciones anteriores habían descubierto que estos minerales eran el mejor combustible para la Tierra, el más ecológico y barato, y también, cómo no, descubrieron que Venus estaba habitada por unos seres humanoides pero horribles. (Como decir “horribles” es como no decir nada, aclaro que, al decirlo, me refiero a que tienen escamas verdes, son muchos más altos que los seres humanos y que de sus colmillos cuelgan densas ristras de babas opacas). De ahí la presencia de militares en la expedición que rememora el narrador. Hasta aquí todo bien.