Vaya por delante una confesión: la de Alba de tinieblas es mi primera incursión en el universo que Vaquerizo alumbró en 2005 con la publicación de Danza de tinieblas, que no solo fue finalista al Premio Minotauro de ese año sino que además se hizo con el Ignotus a mejor novela e incluso —oh, cielos— fue materia de pregunta hace pocos meses en Pasapalabra. Danza de tinieblas, por si a estas alturas queda alguien tan despistado como yo ahí fuera, es una ucronía steampunk ambientada en el Madrid de los años 20 del siglo pasado. A ella siguió la publicación, en 2013, de Memoria de tinieblas (cuya acción se desarrolla en los años 70 de esa misma España alternativa) y, en 2016, de una antología de relatos, Crónica de tinieblas, escrita por varios autores (Víctor Conde, Santiago Eximeno y Cristina Jurado, entre otros, además del propio Vaquerizo).
Alba de tinieblas puede leerse de manera independiente y está concebida como una precuela ambientada poco después del punto de divergencia en el que los hechos históricos dejan de ser tal y como los conocemos: para empezar, la revuelta de los comuneros de 1521 es un éxito y Carlos I se ve obligado a permitir la libertad de culto religioso, lo que da lugar a un España próspera y tolerante donde conviven cristianos, judíos y musulmanes. Décadas después, la muerte de su hijo, el rey Felipe II, en un accidente de caza, desencadena una guerra de sucesión. En un bando están los partidarios del legítimo heredero, un infante Don Carlos inestable, desquiciado, defensor del catolicismo más ultramontano y respaldado por el Vaticano, que contrata a mercenarios italianos a los que envía a la península para defender su causa. En el otro, su medio hermano bastardo, Don Juan de Austria, que aglutina a los sectores más humanistas y tolerantes de la sociedad y cuenta entre sus filas con activos como Juan Padilla, el héroe de Villalar, que jugó un importante papel en la victoria de los comuneros. Aunque previamente a ambos hechos se produjo otro suceso divergente: la peste se llevó por delante a todos los caballos, que a finales del siglo XVI son ya una especie extinta. Y esto, que a simple vista podría parecer algo pintoresco pero intrascendente, juega un papel importante en la novela porque está relacionado con el modo en el que se desarrollan las batallas y con la importancia que adquieren los extraños ingenios bélicos autopropulsados descritos en ella.