Me cuesta desterrar la impresión de que Los dioses muertos tiene un nítido carácter pulp. Su narrativa prima la aventura y la acción sobre unos personajes faltos de relieve; enfatiza algunos excesos de su escenario y un cierto color mientras rebaja su complejidad o las ideas sobre las que se sostiene. Sin embargo, la contención general que domina su desarrollo me ha terminado estrellando contra un relato plagado de estereotipos, más allá del superficial juego de reflejos con la mitología. Una base que ha rendido grandes historias en la ciencia ficción a cuya sombra me ha resultado complicado llegar a disfrutarla. La he sentido como una novela sobre raíles entre paisajes representados con una paleta demasiado anodina. Aunque durante 100 páginas mantuve la esperanza de que pudiera haber germinado con vigor.
En Los dioses muertos José Antonio Fideu plantea un futuro en el cual la Tierra ha revertido hacia un entorno mitológico. El orbe civilizado se identifica con la cultura griega y vive bajo la constante amenaza de los bárbaros. Regularmente, estos pueblos envían expediciones a traspasar las murallas que protegen a una agrupación de polis en perpetuo estado de alarma cuya supervivencia depende de su superioridad tecnológica y el favor de sus dioses. La descripción abunda en una construcción fiel a las fuentes clásicas, con una población entregada a adorar unas deidades cuyos favores empujan a sus héroes.