Esta noche arderá el cielo, de Emilio Bueso

Esta noche arderá el cieloDos de las cosas que siempre encontramos cuando leemos ensayos sobre ciencia ficción, casi como requisito indispensable para su existencia, son: primero, una historia del género, y, segundo, una (titubeante) definición del género. También existe la vertiente historicista del segundo requisito: historiar las distintas, y cambiantes, definiciones que ha tenido la ciencia ficción. Es inevitable. Abramos el libro que abramos, si habla de ciencia ficción, tendremos esos capítulos garantizados. Con Esta noche arderá el cielo, de Emilio Bueso, estamos ante un reto interpretativo que puede obligarnos a recurrir a esas reflexiones que los ensayistas del género han ido sembrando, puntuales, en sus libros: ¿es o no es ciencia ficción? ¿Será terror? ¿Fantasía macabra? Cada uno lo tiene claro a su manera.

Yo digo ciencia ficción, sin duda. Es tan buena que me gustaría adjudicársela al género como prueba de que está cogiendo forma, de que empieza a alzar el vuelo en nuestro idioma. En parte. Pero no sólo: el escenario de la novela es tan postapocalíptico como el de una novela que, esta sí, NO es del género pero coquetea con él: me refiero a Intemperie, de Jesús Carrasco. Bueso está a la altura. Bueso ha dibujado los bosques inhóspitos del Norte de Canadá –escenario original, silvestre, cautivador, “no por real menos imaginario y mitológico”, por decirlo con palabras ferlosianas– como un terreno devorado en el que sólo sobreviven animalillos perdidos, gente desorientada, locos. Son tierras arrasadas, deshumanizadas. Como abandonadas por todo. En este sentido, también se puede considerar directamente apocalíptica, como hace Elia Barceló.

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Rendición, de Ray Loriga

RendiciónAlgún día la ciencia ficción se hará realidad. (Ese día dejará de existir). Y no sé si hemos llegado o no a esos extremos, pero en tiempos de reclusión y retraimiento puede ser buena idea volver a una novela que pasó, creo, pelín inadvertida por la crítica, y que, sin embargo, es fuente de ideas y escenarios afines a lo que vemos hoy en la calle y en los medios. Rendición, de Ray Loriga, aportó –junto con algunas otras obras– frescura a un panorama que puede estancarse. Así que si queremos podemos identificar pasadizos secretos entre Rendición, penúltima novela, a día de hoy, de Loriga, y Esta noche arderá el cielo, de Emilio Bueso, e Intemperie, de Jesús Carrasco. Entre las tres hay pasadizos que permiten hacer una lectura muy particular del imaginario postapocalíptico. La novela de Carrasco era tímidamente postapocalíptica: tomaba prestados algunos paisajes del subgénero y los pasaba por un tamiz delibesiano; Bueso escribió una novela postapocalíptica sui generis que acepta muchas definiciones (incluida la de “western boreal”); y, con Rendición, Loriga escribió una que, en su primer tramo, es cien por cien postapocalíptica. O, mejor dicho, en trance de serlo, continuando así una secuencia no intencionada en nuestra literatura de novelas más o menos postapocalípticas. En ese sentido, la obra de Loriga fluctúa entre varios géneros: más adelante le da el relevo a la distopía, y, al final, al relato kafkiano. (Luego volveré sobre este asunto).

Las autoridades de Rendición, cuyo nombre ignoramos, pretextando seguridad y protección, expulsan a los habitantes de “la comarca” para enviarlos a una ciudad transparente que les servirá de refugio para una guerra que nadie recuerda por qué empezó. Así es como conocemos a la pareja protagonista, en medio de una evacuación precipitada. En un tenso clima de delaciones el narrador, que es el protagonista, y su mujer son respetados por el prestigio de tener a dos hijos en la guerra. También viven con un niño que no saben de dónde ha salido porque no habla ni se comunica con nadie. La evacuación se da en medio de un panorama en trance de ser postapocalíptico, como digo, en un mundo que está al final de su apocalipsis particular, a punto de entrar en lo que sea que le suceda.

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La tierra que pisamos, Jesús Carrasco

La tierra que pisamosCualquier conocedor del subgénero estaría tentado de catalogar La tierra que pisamos como novela ucrónica. La acción, sugerida en el pasado, transcurre en dos lugares que no existen en el tiempo: una Extremadura que junto con el resto de España ha pasado a ser territorio colonial y un nada detallado norte de Europa, lejano corazón de un extenso imperio de raíces germánicas que prolonga sus dominios hasta el África negra. Aunque en la novela no se hace mención de ningún punto Jumbar -ese giro fantástico de la Historia que en toda ucronía separa realidad y ficción-, tanto la localización temporal como la geográfica parecen sugerir la existencia de un Segundo Reich victorioso en la Primera Guerra Mundial, un imperio alemán prolongado en el tiempo que en la novela hace gala de la misma actitud expansiva y cruel que mostraría posteriormente el nazismo.

En rigor, lo cierto es que no hay una ambición ucrónica en las páginas de esta novela, no se trasluce una intención de contar la Historia desde una línea alternativa. No se citan toponimias más allá de lo necesario y cuando esto ocurre, debido a la mayor concreción en las localizaciones españolas que invasoras, tiene un efecto de deriva del subgénero ucrónico a la pura alegoría. El escenario rural que describe la novela, inmerso en el sufrimiento, doliente bajo el yugo de un opresor belicista en el primer tercio del siglo XX, despierta ecos de nuestra propia Guerra Civil. Es imposible, pues, leer los actos de violencia que se desarrollan en la novela y no pensar en aquel conflicto. Lo cierto, sin embargo, es que el libro, salvando los escasos identificadores políticos y geográficos y debido a su atmósfera exótica y a la ausencia de un anhelo de concreción, se acerca más a ese tipo de literatura de corte fronterizo situada en territorios imaginarios, un escenario que ha brillado en la pluma de escritores como Dino BuzzatiCristina Fallarás o J. M. Coetzee. Es, de hecho, con este último con quien los amantes de las comparaciones podrían, por tratamiento narrativo y contenido dramático, emparentar esta novela de Jesús Carrasco.

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