Frente a la ingente cantidad de cf mediocre (siendo generoso) que he leído, tengo lagunas audiovisuales bastante notables. El mayor agujero es, sin duda, todo lo relacionado con el universo de Star Trek. Hasta hace cinco o seis años, apenas había visto tres o cuatro episodios salteados de distintas series, la primera película, el primer remake, poco más. Esto resulta especialmente extraño porque no le tengo ninguna manía en sí a la franquicia. Tan sólo nunca he conseguido que me interese. Siempre he dado por bueno ese vago concepto de que Star Trek representa un enfoque progresista, puesto que el telón de fondo es una suerte de utopía políticamente muy correcta. En cambio, Star Wars en el mejor de los casos puede considerarse como la lucha por imponer el despotismo ilustrado a cargo de una familia de elegidos, como aparente única alternativa viable al fascismo puro y duro: Guatemala o Guatepeor, en resumen. Pero me divierte, y lo que conocía de Star Trek no tanto.
El caso es que no llegué en el momento adecuado a Star Trek y luego fue un tren al que me era difícil incorporarme. Cuando hubo reposiciones en España yo era demasiado crío, por alguna razón no me enganché a las películas de los setenta y ochenta, y la estética de La Nueva Generación me resultaba insoportablemente naif cuando se estrenó. Era una época en la que ya habíamos tenido cf audiovisual del nivel de Blade Runner, Brazil o Aliens, y esa gente en pijama repartiendo buenas intenciones por el universo se me hacía cuesta arriba. Debí ver algún episodio de los primeros, cuando llegó por España, y tuve la impresión de que la probabilidad de que fuera una serie manifiestamente mala era alta. Una de mis ex parejas lo intentó con paciencia, pero lo poco que vi con ella no me dijo nada.Y ahí se quedó la cosa hasta hace seis o siete años.
No recuerdo muy bien por qué, empecé a ver con mi hija (por entonces con diez años) la serie original. La picoteamos ocasionalmente, sin compromiso, con interés decreciente por su parte tras un buen comienzo, hasta que se bajó del barco unos dos años después, cuando apenas nos quedaban diez episodios. Me vi ya solo las películas del grupo original, que me resultaron entrañables, y ahí quedó la cosa hasta poco antes de que comenzara la pandemia.
El proceso de ver La Nueva Generación partiendo absolutamente de cero, con escasísimas referencias previas por mi parte, lleva prolongándose desde entonces. A veces he visto tres episodios un día, luego han podido transcurrir dos meses largos sin ver ninguno. El ritmo se aceleró de forma natural, aunque tampoco entusiasta, en las cuarta y quinta temporadas, tanto porque inevitablemente vas tomando cariño a los personajes como porque, vamos a ser francos, mejora. No sé cuál será la opinión de los espectadores fieles, pero para mí la diferencia de tono entre las dos primeras temporadas y las posteriores es abismal. Por lo que me ha dicho gente que entiende, la entrada de un equipo en guión y producción con gente que luego ha tenido carreras interesantes, como Ronald D. Moore, Jeri Taylor y Brannon Braga, fue el motor de esa diferencia.