Seguimos recuperando más reseñas “from the vaults”.
Hace mucho tiempo atravesé una época en la que, cuando veía una nueva novela de William Gibson en la librería, sabía que debería posponer todos mis planes para esa tarde. Trastorno mental que comenzó desde el mismo momento en el que me leí Neuromante de una sentada a lo largo de una tarde de domingo, después de adquirirla cegado por la ditirámbica crítica y posterior entrevista que Jacinto Antón le realizó al ídolo en El País. Por cierto, que grande Jacinto Antón, no sólo me descubrió a Gibson sino también a Gene Wolfe. Por no hablar de sus maravillosos artículos sobre arqueología o viajes decimonónicos.
El caso es que cuando cerré la novela, fue como si cayese desde el borde de un mundo que realmente existía, las neuronas felizmente intoxicadas por esa prosa de alta densidad poética en la que la acumulación de detalles te sumergía en un futuro naufragado donde la naturaleza había sido sustituida por una tecnología que, en las manos de Gibson, se convertía en algo mágico y misterioso. Luego vinieron las secuelas, perfeccionamiento y pulido de los conceptos manejados en Neuromante; Conde Cero, leída de una sentada durante toda una noche, hasta el amanecer. Y Quemando cromo y Mona Lisa acelerada, que adquirí yendo con la idea de comprar una entrada para los Buzzcocks. En fin, que se estarán explicando ustedes muchas cosas…