En las sociedades esclavistas de la Antigüedad, la esclavitud se consideraba la alternativa «humanista» al genocidio de los pueblos derrotados y, como ocurría en Roma, llegó a convertirse en uno de los pilares económicos del Imperio. Cosa que no provocaba ningún tipo de conflicto moral entre nuestros ilustres antepasados. El mismísimo Aristóteles, popular intelectual de la época, definía a los esclavos como «herramientas que hablan» negándoles así su capacidad de pensar y, por tanto, la identidad propia. Felizmente superados aquellos tiempos de trabajo no asalariado, no sería de extrañar que en un futuro se necesitara echar mano de alguno de estos venerables modelos de contratación de probada eficacia. Pero de un modo más tecnológico. ¿Qué ocurriría si la expansión humana por el Sistema Solar exigiera nuevas herramientas, herramientas que hablaran? ¿Cómo sería su estatus de ciudadanos y nuestra relación con ellos? ¿Conservarían una psicología humana? ¿Cuál sería el precio a pagar por la conquista del espacio? ¿Y la conquista de la libertad? Éstas son más o menos los interrogantes que se plantea Historia natural de la británica Justina Robson, una space opera de la escuela británica a medio camino entre Un mundo feliz, Cismatrix y el enfrentamiento mutante/humano de la Patrulla X.
Historia natural, de Justina Robson
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