El Reino es un libro polifacético. En su interior no sólo se encuentra una búsqueda personal de los orígenes del cristianismo a través de las escasas fuentes documentales existentes. Es una exploración de cómo se establecieron los dogmas y, al mismo tiempo, una labor de introspección en la cual un antiguo creyente indaga en los orígenes de su fe, su evolución o su perspectiva veinte años después de haberla perdido. El recuerdo de alguien perturbado por la idea de la creencia en la resurrección de los muertos o el sacramento de la consagración, humilde y elocuente a la hora de plasmar sus pensamientos y dudas. Pero especialmente es un estupendo ejercicio de metaliteratura donde Carrère pone en juego su manera de enfocar la narrativa.
El autor de Limonov y De vidas ajenas inicia El Reino situando de nuevo su vida bajo el objetivo de su narración y recuerda una crisis personal que le llevó a convertirse en un ferviente católico. Esa etapa le lleva a recuperar un antiguo diario de cuando estudiaba el Evangelio de Juan diariamente, la puerta de entrada hacia el nacimiento del cristianismo y la figura de Pablo de Tarso. Un periodo de medio siglo tras la muerte de Jesucristo convertido en el eje central del libro.