Fantasmas, de Chuck Palahniuk

Fantasmas

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Como un toro en una cacharrería; así irrumpió Chuck Palahniuk en la escena literaria con la publicación de El club de la lucha, una afilada y brutal novela que tanto podía ser interpretada como una apología del machismo, como, por el contrario, una crítica al culto a la violencia propio de la sociedad occidental. La posterior película basada en el texto, dirigida por David Seven Fincher e interpretada por Edward Norton y Brad Pitt, logró convertir a Palahniuk en un escritor de moda. Pero sus siguiente obras –Superviviente, Diario, Asfixia, Nana, Monstruos invisibles… – no llegaron, ni de lejos, a alcanzar el impacto que supuso su primera novela.

Palahniuk es un escritor excesivo, en el sentido de que su narrativa se basa en un constante ir más allá de los límites. Su prosa, sencilla y rítmica, deviene en una suerte de pugilismo que aspira a transformar cada frase en un crochet o un uppercut, como queda patente en El club de la lucha con la declaración de amor de Marla a Tyler/Jack: «Me gustaría tener un aborto contigo», uno de los diálogos más espeluznantes que jamás he leído. En gran medida, la garra de Palahniuk –y Palahniuk es un escritor con mucha garra– se basa en el exceso, pero al mismo tiempo es esa vocación de exceso lo que en ocasiones acaba lastrando sus historias. A veces, ir demasiado lejos es lo mismo que no ir a ninguna parte.

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