Fafner, de Daniel Pérez Navarro

FafnerEn 14 maneras de describir la lluvia Daniel Pérez Navarro ya había entrado en las relaciones intergeneracionales a través de una hija intrigada por el misterio de la profesión de su padre. En Fafner vuelve a tocar esta cuestión desde una órbita muy próxima al tiempo que vivimos. Si la novela publicada por Sportula se sostenía sobre un argumento próximo al thriller, en esta nos encontramos ante una redefinición de lo postapocalíptico. Un acercamiento que ha ocupado varios contenidos de los últimos tiempos en C y que en Fafner destaca por su valentía a la hora de afrontarlo. Lejos de limitarse a la pérdida de la civilización, Pérez Navarro plantea que la única viabilidad para quienes han nacido en esa realidad pasa por desprenderse de cualquier vestigio del pasado y abrazar el cambio. Una transformación que en estas páginas cobra brío gracias a cómo se formula.

Fafner dista de ser un mero ejercicio de estilo. Sin embargo, las características del texto ideadas por Pérez Navarro caminan de la mano de su argumento de manera que fondo y forman se ajustan en un todo sin fisuras. Esta aspiración de cualquier relato no debiera ser motivo de celebración. Pero no se puede hablar de esta novela sin incidir sobre este aspecto; la preponderancia en las valoraciones de ciertos elementos (la construcción del escenario, la novedad del argumento, la evolución de los personajes…) a veces tienen un peso excesivo frente a un equilibrio que aquí alcanza una armonía digna de encomio.

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De la nueva carne a la nueva naturaleza

No lo oculto: este artículo se construye como una excusa para recomendar tres de los libros que más me han impresionado en los últimos meses. Se trata de Cero, de Kathe Koja, El alfabeto de fuego, de Ben Marcus, y Fafner, de Daniel Pérez Navarro, todos de reciente publicación en nuestro país, aunque escritos en un amplio espacio de tiempo entre 1991 y 2017.

Existe un vínculo posible entre estas tres remotas novelas, más allá de que se adentren por el territorio de lo fantástico y lo inquietante; tiene que ver, por un lado, con su apuesta por el relato físico, por la corporeidad como escenario y como código expresivo; por otro lado, los tres libros comparten una atmósfera de condición póstuma (término que tomo muy libremente de la filósofa Marina Garcés). Todos sus protagonistas se enfrentan a la certeza de un tiempo que se acaba: se acaba el amor en Cero, se acaba la familia en El alfabeto, se acaba el mundo tal y como lo conocemos en Fafner. La idea de extinción, íntima o colectiva, atraviesa el núcleo de estas tres novelas como una revelación fatal, un aprendizaje sin recompensa.

Videodrome

Clive Barker, fundador de la nueva carne junto con David Cronenberg a mediados de los ochenta, decía que sus historias no eran censuradas tanto por el exceso de violencia como porque amenazaban la integridad y la dignidad del cuerpo humano. Era necesario, para el ojo censor, preservar los límites de lo que se puede o no se puede hacer al cuerpo y con el cuerpo. Contra ese tabú, desde ficciones como Videodrome, Libros de sangre, la literatura cyberpunk o incluso el splatterpunk se abrió la veda para especular con todo tipo de transgresiones corporales, degradaciones, violaciones, mutaciones o hibridaciones que coincidió con la época dorada de los videoclubs y la efervescencia de cierta subcultura hecha en trastienda del mainstream.

Jamás he encontrado disfrute en el gore, pero en lo que se refiere a la exploración de lo físico siempre me ha atraído más el camino del terror que el de la ciencia ficción, quizá porque pone más el foco en el padecimiento humano que en el novum especulativo. Y padecimiento es otra palabra clave que vincula estas tres novelas, de las que solo Cero puede adscribirse al fenómeno de la nueva carne. Por supuesto, lo excepcional de estos tres títulos no proviene de la crudeza con que muestran la corrupción, el sexo o la violencia, sino de cómo consiguen que nos importe. El truco, como sucede siempre con la gran literatura, está en el lenguaje. Marcus, Koja y Pérez Navarro trabajan concienzudamente la prosa, en unos casos más lírica y en otros más directa o asfixiante, para sumergirnos en las tribulaciones emocionales y físicas de los protagonistas hasta lograr nuestra total identificación.

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