… y de un oscuro rincón de su espíritu surgieron recuerdos de las enseñanzas que recibiera de niño:
¿Qué es la luz?
La luz es un Fulgor.
¿Dónde está este Fulgor?
Si no fuese por la maldad humana, el Fulgor reinaría por doquier.
¿Podemos tocar u oír el Fulgor?
No, pero en la otra vida lo veremos.
El mundo de Jared y los suyos nunca ha visto la luz del sol. Desprovista de su auténtico significado la luz se ha convertido en objeto de culto y veneración. Allí, rodeados de una oscuridad permanente, con la «Radiación» acechando en cada galería, sobreviven él y su tribu sin ser en ningún momento conscientes de que las Tinieblas les acompañan. En ese mundo subterráneo conformado únicamente por olores, tacto y sonido encuentran consuelo en los consejos del Guardián del Camino y en las oraciones con las que pretenden alejar de sí las Tinieblas. Jared, sin embargo, es un afortunado ya que posee un oído mucho más fino que el de sus compañeros lo que le permite percibir detalles que otros no advierten. Es fácil reconocerlo por el modo en que hace entrechocar los guijarros que siempre lleva consigo y sin cuyo eco estaría ciego. El Nivel Inferior es su hogar donde el familiar repiqueteo del difusor de ecos se escucha hasta que por fin llega el período de sueño y es apagado.
No es un entorno que invite a vivir, además por si fuera poco Galouye añade otros peligros a este ya de por sí inhóspito mundo. Por un lado están los «soubats», una especie de murciélagos gigantes, por otro están los privilegiados «zivvers», capaces de orientarse sin la necesidad de ecos, con los que se enfrentan Jared y los suyos por las cada vez más escasas reservas de agua. Además, en los últimos tiempos unos nuevos monstruos han venido a complicarles aún más la existencia, unas criaturas pestilentes, a las que según Jared, acompaña siempre un doloroso ruido silencioso.
Con un argumento tan fantástico no es raro que un chaval de quince años candoroso como yo, que venía de leer Los tres investigadores o a Salgari, se quedara impactado. A esa edad las faltas de ortografía o los errores de traducción importan menos y si una frase resulta incomprensible, pensamos que es premeditado y se sigue adelante. Al extraer mi ajado ejemplar de Mundo tenebroso de la estantería lo he hecho con cierto miedo, como cada vez que se revisita un libro que nos encantó en nuestra juventud y que con toda seguridad hemos idealizado. Sin embargo, con sus fallos y teniendo en cuenta que ya no soy el muchacho impresionable de antes y de que muchas de las sorpresas que ofrece el libro se pierden en una segunda lectura, debo decir que la novela ha logrado atraparme e incluso maravillarme en ocasiones. Y es que más allá de la excitante aventura «pulp» de tipos con greñas saltando de roca en roca en taparrabos, Mundo tenebroso encierra una potente metáfora sobre la búsqueda del conocimiento, sobre las preguntas que nos hacemos desde que existimos. Jared no se contenta con las explicaciones que le han dado, piensa que la Luz y las Tinieblas son algo físico y no meras manifestaciones del bien y del mal por lo que se afana en buscar respuestas fuera de las vías oficiales y no le importa saltarse las normas establecidas.