Neverwhere, de Neil Gaiman

NeverwhereFormo parte del grupito que no siente demasiado aprecio por la literatura de Neil Gaiman. Para contextualizar esta opinión aclaro que lo mantengo por Sandman, con todos sus trabas como tebeo, o varios relatos. Y tiene bastante de prejuicio. Al poco de traducirse tropecé con American Gods, una novela irregular cuyo único atractivo, para mi, estuvo en las historias personales de esos dioses en su llegada al Nuevo Mundo y sus posteriores problemas para subsistir en competencia con las deidades surgidas durante el siglo XX. La materia que forma al personaje de Sombra y su viaje personal me parecieron, por ser fino, anodinos. Hice cruz y raya con esta faceta de su escritura hasta que en la Tertulia de Santander se propuso como libro de lectura Neverwhere; su primera novela en solitario escrita a partir de un guión del propio Gaiman para una miniserie de la BBC. Mis sensaciones han reproducido las pautas de mi recuerdo de American Gods, una opinión con su riesgo; a priori puede haber mucho de mímesis en este juicio.

Neverwhere es el enésimo relato de un personaje que se inicia en otro mundo en contacto con el nuestro, en la línea de Los que pecan, de Fritz Leiber, o el universo de “Entre líneas”, de José Antonio Cotrina. El gran tropo vertebrador de la obra de Gaiman. Fue la base de Los libros de la magia, era una de las pautas más repetidas en las historietas de Sandman y, poco después de Neverwhere, regresaría a él en Stardust o en Coraline. Richard Mayhew, un aburrido oficinista llegado unos años antes a Londres para buscarse la vida, se cruza en el camino de Puerta, una joven que está siendo cazada por el Sr. Croup y el Sr. Vandemar. Este par de sicarios utilizan todo su poder sin misericordia, con el pie pisando el acelerador sin importarles las consecuencias. Al ayudar a Puerta, Mayhew sella su destino y termina sumergido en el Londres de abajo, el submundo entretejido con nuestro Londres, poblado por criaturas legendarias y quienes han padecido esa misma “elevación”.

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Verbum, selección de Susana Arroyo y Silvia Schettin

VerbumEn 2016 se publicaron tres antologías cuya lectura se me ha demorado un tanto: la selección de Concepción Perea para Fábulas de Albión, Cuentos desde el otro lado; el volumen recopilatorio anual de Cuentos para Algernon; y este Verbum, la primera colección de relatos escritos en castellano de Fata Libelli. Un selección heterogénea y con criterio donde destaca una labor de edición que para los más talluditos recuerda las tres últimas épocas de Artifex. Aquellas fantásticas selecciones de Julián Díez y Luis G. Prado (y Juanma Santiago en su última etapa).

Como todos los libros de la casa, sus primeras páginas recogen una introducción que sintetiza la propuesta de Susana Arroyo y Silvia Schettin. Aluden a cómo la globalización ha afectado a la literatura de fantasía, ciencia ficción y terror; el auge de una literatura transnacional con un bloque anglosajón cada vez más multipolar a medida que más autores provenientes de diferentes entornos culturales se incorporan a él. Desde esta visión, cuando llega el momento de establecer si tiene sentido hablar de una literatura fantástica típicamente hispana o si ésta ya no se puede entender sin la influencia foránea, llegan a la conclusión de que ambas coexisten sin tiranteces. Verbum puede tomarse como su defensa de este alegato.

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Las fuentes perdidas, de José Antonio Cotrina

Las fuentes perdidasHay una pequeña anécdota que refleja lo que fueron las ediciones de La Factoría de Ideas desde los primeros momentos de su colección más longeva, Solaris Ficción. Las fuentes perdidas, la primera obra española publicada por la editorial en Otoño de 2003, fue una de los primeras en tener su corrector acreditado. Este hecho tanto puede verse como el reconocimiento de una función editorial mal pagada y muchas veces descuidada, o la manera ladina de asignar responsabilidades; un alivio para el editor de unos libros entonces bastante criticados por sus errores y sus erratas. También fue uno de los últimos. Como cuenta su autor el volumen salió a la venta plagado de errores, como si el corrector no hubiera cuidado su tarea. Y nada más lejos de la realidad; aquella corrección fue entregada pero jamás llegó a la imprenta. Por uno de esos extraños vericuetos editoriales a los que La Factoría de Ideas era tan propensa, las modificaciones se perdieron y el lector español tuvo ante sí un texto sin el último pulido. Ese proceso, realizado de nuevo, se ha culminado catorce años más tarde con la reciente edición de Alianza en su colección 13/20; un formato muy agradable de leer y con una ilustración mucho más evocadora, ideal para el contenido del libro.

Las fuentes perdidas pasa por ser la primera novela de José Antonio Cotrina y se aleja un tanto de las que le hemos podido leer posteriormente. De hecho, para los que lo hayan conocido por títulos con un cariz más o menos juvenil de El ciclo de la Luna Roja o (menos) La canción secreta del mundo, puede suponer un sonoro contrapunto. Su estructura es más lineal, el desarrollo se muestra más contenido y el tratamiento de los personajes femeninos peca, sin hacer sangre, de pobre. Sin embargo es una obra esencial en su bibliografía. En sus páginas terminó de abrir las puertas a un universo creativo exuberante y desacomplejado dentro del cual los géneros se concilian sin disimulo. Elementos de ciencia ficción, fantasía y terror conviven sin prejuicios para modelar un escenario extraordinario donde nuestro mundo apenas es una capa en una multiplicidad de planos ocultos a los sentidos de los humildes mortales.

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