Robert J. Sawyer estuvo persiguiendo el premio Hugo en la categoría de novela durante más de un lustro. Cinco veces como finalista —cinco sin ganar— estaban convirtiendo al esquivo trofeo fusiforme en su Moby Dick particular. Tras despotricar contra la victoria de la cuarta novela de Harry Potter en 2001, aún tuvo que esperar un par de años más para sacarse la espina. A la sexta fue la vencida. En 2003, Sawyer consiguió llevarse el ansiado premio con Homínidos, primera novela de una trilogía conocida por el sobrenombre de El Paralaje Neandertal.
En otros tiempos, el nerviosismo de Sawyer habría sido entendible, pero no en la actualidad; el que fuera más prestigioso premio de la ciencia ficción mundial está bajo mínimos. Perdido en el maelstrom en que se ha convertido la literatura fantástica, aquejado de ese proceso esquizoide que domina la ciencia ficción actual, con serios problemas de identidad y sumido en una terrible duda existencial, el premio Hugo ha perdido toda su credibilidad en los últimos años. El voto popular se ha rendido a, precisamente, la popularidad de ciertas novelas en otros ámbitos. Tal vez, recurriendo a una suerte de justicia acumulativa, ya le tocaba a una novela de Sawyer, o quizás no –por ejemplo, ninguna de las novelas magnas de Robert Silverberg lo consiguió–, pero si la calidad de los premiados es el rasero por el que medir la magnitud del premio, el triunfo de Homínidos resulta muy revelador. No se trata sólo de una novela floja, sino que además no es una de las mejores del autor. Está muy por debajo de, por ejemplo, El cálculo de Dios o Cambio de esquemas, nominadas otros años, para desgracia de Sawyer, junto a enemigos más poderosos.