Bones of the Moon, de Jonathan Carroll

Bones of the MoonHace ya 20 años que leí El país de las risas, uno de los libros que más te puede impactar cuando eres admirador desaforado de la literatura, nivel amar la obra de algún escritor por encima de cualquier otra cosa. La atracción de sus protagonistas por Marshall France y lo que experimentan mientras visitan el pueblo donde vivía, en manos de Jonathan Carroll se convierte en una vívida manifestación del fenómeno fan. Desde entonces comencé a seguir su obra a medida que La Factoría de Ideas fue trayendo una parte significativa de ella y he llegado a leer otros cuatro de sus libros. Los he disfrutado en distinta medida pero sin alcanzar las sensaciones de aquel primer libro, más que en fragmentos ocasionales. Una parte del descontento reside en el desajuste entre expectativas y resultados, y unas exigencias imposibles de satisfacer por diversos motivos que son fáciles de imaginar. Otra, sin embargo, se origina en una multitud de detalles en los cuales se macera una parte sustancial de El museo del perro y Los dientes de los ángeles y que me aleja de ambas novelas: la pertinaz sensación de estar ante textos que, por encima de la ficción, tienen una capa terapéutica destinada a trasladar al lector las grandes verdades de la vida. Con una poética superior a la de Paulo Coelho pero con un tonillo a cuento de autoayuda en la cual el mensaje a través de las vivencias de los personajes devora cualquier otro valor.

Bones of the Moon, inédita en castellano, es la tercera novela de Carroll y la primera del sexteto Oraciones contestadas, al cual pertenecerían El museo del perro y Los dientes de los ángeles. Una serie de historias levemente interconectados donde el encuentro entre lo sobrenatural y los protagonistas lleva a algún tipo de revelación trascendental sobre su vida. Esto, el pan nuestro de cada día en la literatura, no debiera ser motivo de distancia. Pero Carroll desperdicia sus aciertos en una serie de elecciones narrativas vergonzosas, en su mayoría relativas a cómo ha elegido construir la personalidad de su narradora, Cullen James, cómo se manifiesta ante ciertos hechos transformadores y lo alegórico de su vínculo con lo fantástico.

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Las diez mil vidas de Milo, de Michael Poore

Las diez mil vidas de MiloMilo lleva reencarnándose miles de años en un bucle que se aproxima a su final. Ya ha empleado nueve mil novecientas noventa y cinco de sus diez mil oportunidades para consumar una existencia perfecta y, así, pasar a ser uno con la Ultraalma. Sobre su cabeza revolotea la idea de fracasar y verse abocado a la nada; la desaparición de quienes no consiguen ese único, gran, trascendente premio. Mientras aguarda en la Otra Vida cada nueva oportunidad, vive junto a una serie de personajes y reflexiona sobre sus errores y aciertos, siente y aprende de cada nueva experiencia. Uno de esos seres es Suzie, una encarnación de la muerte con la que mantiene una relación romántica cada vez más intensa, hasta el punto que ésta lleva un tiempo planteándose su labor, si está dispuesta a continuar con ella.

En esta encrucijada sobre las cuestiones suscitadas por las maneras del emplear nuestro tiempo en vida y su sentido es donde Michael Poore ha emplazado Las diez mil vidas de Milo. Una sucesión de historias entre el relato y la parábola con una mínima fracción de la experiencia de Milo. Su plato principal son sus últimas cinco vidas; narraciones entre las 15 y las 90 páginas que abarcan de lo pseudohistórico a la ciencia ficción apocalíptica o distópica. Tres de ellas, “El caso del Club de las Gachas”, “El Buda en invierno” y “La familia Stone”, me han parecido lo mejor del libro al enfrentar a su protagonista con particulares infiernos opresivos y resolverlos mediante soluciones de lo más diversas.

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