El nacimiento del ciberpunk. Influencias externas (3 de 4)

Neuromante

En la introducción de Storming the Reality Studio: A Casebook of Cyberpunk and Postmodern Science Fiction, libro que reúne una magnífica selección de textos y artículos sobre la corriente, Larry McCaffery define el ciberpunk como “la respuesta del arte al entorno tecnológico que está produciendo la cultura posmoderna en general”. Buscar el campo de influencia externo del que se alimentó el movimiento invita a detenerse en figuras clave de la posmodernidad y la contracultura, los dos grandes elementos ajenos a la naturaleza de ficción del nuevo subgénero, fundamentales en la confección de su espíritu ideológico y motivo por el cual el ciberpunk logró trascender las fronteras de la ciencia ficción. No es extraño que el movimiento y su narrativa sintonizaran perfectamente con el espíritu de la época, que tuvieran eco en el trasfondo cultural de entonces, pues de él habían extraído su razón de ser.

Ya vimos que la literatura ciberpunk es narrada en numerosas ocasiones en clave de novela negra, y que de ella parte la configuración y manera de ser de muchos de sus personajes y entornos urbanos, como el Case del Ensanche en Neuromante o el Marîd Audran del Budayen en Cuando falla la gravedad, pero lo cierto es que el origen de esas actitudes y desarrollos es dual. Esas interpretaciones sintonizan también con la naturaleza de los individuos y arquitecturas de la posmodernidad. Los protagonistas ciberpunk son individualistas, carecen de preocupaciones sociales y se ven empujados por fuerzas externas, arrastrados por la marea de los acontecimientos e impelidos a escudarse en la ética del superviviente. Son personajes desencantados que pugnan por sobrevivir en remedos futuristas de las viejas junglas de asfalto. En ocasiones repletas de enormes edificios antiguos, a veces situadas en entornos urbanos exóticos, como ciudades orbitales o de ambientación no occidental, abigarrados, repletos o vacíos, pero siempre generosos al mostrar una tecnología deshumanizadora al servicio de la decadencia social.

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El nacimiento del ciberpunk. Influencias internas (2 de 4)

Neuromante

En cuanto a los materiales de ciencia ficción que utiliza, la literatura ciberpunk no es, en cierto modo, original. La mayoría de sus conceptos proviene de una cf clásica actualizada, adaptada a su presente y pasada por el tamiz de la posmodernidad. Neuromante no inventa nada, o tal vez sí lo hace, precisamente, a la manera posmoderna, la misma que a lo largo de este siglo XXI ha trufado el mercado del arte con reinterpretaciones, resignificaciones, remakes y reboots. La novela de Gibson, y el ciberpunk en general, proponen una mezcla de géneros y tropos que une elementos dispares y reutiliza viejos conceptos, abordados en conjunto desde una nueva perspectiva. Dada la enorme herencia que recoge el nuevo subgénero, no es difícil encontrar la impronta de autores y obras precedentes, que proceden de diversos nichos.

Dime Detective MagazineEl repaso al cúmulo de influencias que concentra Neuromante ha de comenzar, sin embargo, por un género distinto. Es necesario viajar de nuevo a la época de las revistas pulp, y más concretamente a cabeceras como Black Mask o Dime Detective Magazine. De la mano de autores como Dassiel Hammet primero y Raymond Chandler después, la novela hard boiled se sofisticó, añadiendo elementos morales, crítica social y un alcance que, terminada la II Guerra Mundial, gracias a la Série Noire de Gallimard, le ganaría el respeto de la literatura general, lo cual la ciencia ficción siempre envidió. De ahí procede uno de los elementos más atractivos con los que cuenta la novela de Gibson, su tono noir. La misión de Case, la oscuridad del entorno urbano en el que se mueve, la violencia y la narrativa realista con la que se describe ese futuro próximo se corresponden con la novela negra. Incluso la tecnojerga y las referencias coloquiales a las drogas de diseño, que aportan ese aroma tan peculiar a la narración, son un eco del slang utilizado en muchos de sus relatos. La naturaleza marginal del protagonista, fuera de la legalidad, sitúa la narración en los terrenos de la crook-story, el subgénero que puso en duda el maniqueísmo dentro de la novela criminal, lo cual es normal teniendo en cuenta el carácter punk de gran parte de sus narraciones.

Dentro del territorio de la ciencia ficción, cuando se buscan influencias del pasado en una obra o corriente presuntamente original siempre se acaba dando con la monumental figura de Alfred Bester. En los años 50, el escritor norteamericano concibió en sólo dos novelas, El hombre demolido (1952) y Las estrellas mi destino (1956), gran parte de las ideas que años más tarde explotarían como nuevas las siguientes generaciones de escritores. Gracias a la fuerza desenfrenada que empuja sus tramas, estas dos obras han soportado bien el paso del tiempo. En ellas, especialmente en la primera, se pueden encontrar tanto el origen de la corporatocracia que impera en las sociedades del ciberpunk, dirigidas por todopoderosas multinacionales que deciden el destino de los ciudadanos, como el marginalismo que determina la composición y fisonomía de sus ciudades. Los Tessier-Ashpool de Gibson proceden de los D’Courtney o los Presteign besterianos, familias cuyo poder empresarial hace que estén por encima del sistema. Las tramas policíacas de estas novelas, la arquitectura de sus ciudades y la tecnología cercana, parca en lo futurista, también han marcado el imaginario ciberpunk.

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ORA:CLE, de Kevin O’Donnell

ORA:CLEEs muy curioso cómo ciertos libros adquieren más prestigio en uno u otro país. Por dar otro ejemplo cercano, antes de entrar en materia con éste, citaré el caso bien conocido de Muerte de la luz, la primera novela de George R. R. Martin. Recuerdo que hubo un tiempo turbulento del fandom en el que Juanmi Aguilera, siempre en su papel de mediador, preguntaba al personal que circulaba por las hispacones cuáles eran sus cinco novelas favoritas. A quemarropa, sin pensar. Y junto a ciertas sospechosas habituales fáciles de imaginar, aunque también muy características de la visión española de la cf (Las estrellas mi destino, Pórtico, Dune…), aparecía con relativa frecuencia Muerte de la luz. Entonces Martin no era, ni de lejos, el escritor superventas de hoy; sólo un buen autor al que se solía colocar a la altura de John Varley, porque ambos se dieron a conocer por aquí casi simultáneamente. Pero Muerte de la luz estaba ahí, había dejado su sello.

El caso de ORA:CLE, a menor escala, es similar. Kevin O’Donnell es muy modestamente famoso en Estados Unidos por su labor interna en la gestión de la Asociación Mundial de Escritores de CF. Ninguna de sus obras está en catálogo en la actualidad en ningún país del mundo. El único premio conocido que ganó fue una cosa llamada Prix Litteraire Mannesmann Tally precisamente con este libro; si se googlea, lo que se encuentra a primera vista de ese premio francés para obras relacionadas con la informática es que lo ganó ORA:CLE, nada más. Fallecido relativamente joven en 2012, después de 14 años sin publicar nada, O’Donnell es uno más de esos nombres oscuros que sacaron unas decenas de relatos en revistas y algunas novelas en bolsillo. Pero cuando en 2002 un grupo de críticos españoles hicimos un listado con las 100 mejores novelas de cf publicadas en castellano, ORA:CLE estaba ahí, sin mayores discusiones. Publicada quince años antes y nunca reeditada, fue de las novelas que pasaron el corte de inmediato.

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