¿Qué ediciones de clásicos de la ciencia ficción queremos?

El hombre en el castilloHace un par de semanas Ekaitz Ortega escribía en su blog sobre cómo una serie de editoriales enfoca la reedición de libros más o menos clásicos. En su argumentación comparaba dos posturas: la actualización de los originales mediante nuevas traducciones frente a las ediciones recauchutadas con traducciones provenientes de tiempos y/editoriales menos cuidadosos. Su casus belli: la nueva edición de los tres libros del Universo Bas-Lag de China MIéville por parte de Ediciones B recuperando los textos publicados por La Factoría de Ideas. Un ejercicio que comparaba a sostener un edificio de lujo con vigas defectuosas.

Mientras leía sus palabras no podía dejar de pensar en una exaltación a la enésima potencia de esta actitud: cómo algunas editoriales reimprimen de manera incansable traducciones con muchas décadas a sus espaldas. Libros que prácticamente ya nadie reseña porque o no interesan o, si llegaron a ser leídos (supongo), lo fueron durante la adolescencia y, por tanto, no se observan bajo la lupa aplicada a títulos más contemporáneos. (Pequeñas) Vacas explotadas sin piedad cuyos rendimientos no se utilizan para subsanar una edición en muchos casos poco admisible a estas alturas del siglo XXI. Una idea sobre la que ya he escrito en varias ocasiones, realimentada por mi reciente relectura de El hombre en el castillo en la traducción de Manuel Figueroa para Minotauro.

Tal y como se puede comprobar en la ficha del libro en La Tercera Fundación, esta edición de 1974 es la única en castellano y ha sido utilizada desde entonces en multitud de ocasiones. Un mínimo escrutinio de las primeras páginas deja al descubierto un texto vetusto y mohoso, pobremente vertido al castellano en el cual perviven anécdotas como que al Golden Gate de San Francisco se le llame la Puerta de Oro. Con pasajes confusos donde se hace difícil precisar si ya estaban allí (la redacción original de Dick podía ser caótica, cosa de no contar con la colaboración de editores tal y como los entendemos hoy en día) o se han colado por el camino. Basta testar las traducciones más recientes de este autor para apreciar la diferencia.

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Luna nueva, de Ian McDonald

Luna nuevaSentía curiosidad por cómo Ian McDonald terminó siendo publicado en un sello tan a la contra de lo que ha sido sido su escasa obra traducida en España. A falta de un prólogo de Miquel Barceló, del cuál Luna nueva carece, son reveladoras las palabras de la editora del sello, Marta Rossich, en una de las entrevistas entre amigos de Jot Down Magazine. Acude a un argumento de peso que expone con honestidad una de las líneas editoriales de la nueva Nova: la CBS ha comprado sus derechos con vistas a una futurible adaptación televisiva. Ya se sabe, cualquier material susceptible de convertirse en bomba audiovisual es un imán para los buscadores del próximo fenómeno de ventas.

Construir identidad editorial lo llaman.

Y a poco hábiles que sean los productores, tal éxito no parece descabellado. Con Luna nueva McDonald ha urdido un culebrón de aúpa para uso y disfrute de los fans a las familias enfrentadas, el romance, las tensiones generacionales y los complots para hacerse con una posición predominante en la sociedad X, el mercado Y o el nicho Z. La materia prima que modeló Dallas, Dinastía, Los Colby o Falcon Crest, con las cuales no debería avergonzarnos relacionar una novela que acierta a explotar la fascinación por las puñaladas traperas, los odios enquistados y todo tipo de conspiraciones en la sombra, mientras los reviste con un ropaje de ciencia ficción tan meditado como la estructura de la propia narración. Un atractivo extra para cualquier ficción televisiva ahora que se busca un marchamo especial para diferenciarse en la sobrecargada parrilla del marasmo de cadenas y creadores de contenido estadounidenses.

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Sobre la “Nueva” guía de lectura, la negligencia editorial y la crítica ejercida como una labor de promoción

Con un par. Y todo el mundo asentía.Hace poco más de un año reseñaba por aquí El cura y los mandarines, de Gregorio Morán, un desastre de redacción que lejos de haber sido sometido por Akal a una corrección concienzuda fue publicado tal y como el autor lo había entregado con vistas a aprovechar la campaña de Navidad de 2014. Al precio de 29 euros el lector obtuvo un texto de naturaleza digresiva plagado de erratas, repeticiones… Un vergonzoso ejemplo de cómo algunos editores priman la venta sobre el acabado final que ocupa un lugar privilegiado en mi Olimpo de despropósitos editoriales. Una posición de la cual ha sido desplazado por esta Ciencia ficción. “Nueva” guía de lectura.

La estructura de este libro allana su lectura. Las partes en las cuales está dividido se sostienen de manera notable y permiten al lector familiarizarse con los contenidos. Quizás en determinados capítulos hay demasiados fragmentos tomados de otros textos, creándose una sensación de collage (parte de las recomendaciones de los libros de Nova de los últimos 30 años están fusiladas de las introducciones escritas por el propio Barceló, lo que contrasta con las provenientes de la guía de 1990, más breves y certeras, menos dadas a colarte blurbs). Pero Ciencia ficción. “Nueva” guía de lectura muestra la accesibilidad exigible a cualquier libro de divulgación de base. El resto es harina de otro costal. Como explicaba en la reseña, no me molestan las secciones prácticamente idénticas a las de la edición original, remendadas a base de añadir aquí y allá un par de títulos de los últimos años por aquello de maquillar el contenido. Más inaceptables me resultan innumerables detalles que con una mínima corrección/edición, asesorando al autor para corregir agujeros en su argumentación o paliar una redacción más propia de un blog, habrían acercado este ensayo a un acabado profesional. Se mire como se mire, no lo tiene.

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Ciencia Ficción. “Nueva” guía de lectura, de Miquel Barceló

Ciencia ficción. "Nueva" guía de lecturaEn la HispaCon de Xatafi tuve el privilegio de moderar la mesa redonda “El ensayo de ciencia ficción”. Aquella mañana de sábado Iván Fernández Balbuena, Fernando Ángel Moreno y Cristóbal Pérez Castejón charlaron sobre cómo este género literario arroja luz sobre diferentes facetas de la literatura de ciencia ficción. Tal y como la recuerdo, el diálogo fue tan fluido que apenas tuve que intervenir media docena de veces para aclarar algún tema o mover la conversación hacia nuevos asuntos. Aparte de la introducción, mi única participación de más de veinte segundos fue hacia el final para hacer hincapié sobre la necesidad de dos proyectos editoriales por entonces de próxima aparición: la colección de libros de ensayo de Gigamesh y la “nueva” guía de lectura de Miquel Barceló. Fruto de una casualidad cósmica, ambas iniciativas no terminaron de materializarse hasta 2015. Doce años más tarde. En el mes de Abril Gigamesh abrió la colección Miscelánea con El jardín crepuscular, de John Clute, y en Septiembre apareció Ciencia ficción. “Nueva” guía de lectura. En este caso concreto, haciéndome pasar auténtica vergüenza recordando mis palabras al final de aquella mesa redonda.

Para enfocar este análisis, a la contra de la mayoría de reseñas que he encontrado, veo fundamental comparar la edición de 2015 con la de 1990. De ese ejercicio emana la percepción más nítida del gigantesco bluff autoral y editorial tras Ciencia ficción. “Nueva” guía de lectura. No sólo por uno de los motivos más comentados: gran parte del texto es el mismo sin modificaciones. Aunque la deficiente corrección del texto da lugar a momentos hilarantes como cuando se habla sobre Neuromante como “obra de lectura imprescindible para conocer una NUEVA presunta tendencia del género”, tres décadas más tarde de haber triunfado en las librerías, no es un tema que me preocupe. Los viajes en el tiempo, Fundación e Imperio o la percepción de Miquel Barceló sobre Philip K. Dick son tan estables como la trayectoria de la Tierra alrededor del sol. Mi mayor queja camina por otros derroteros menos evidentes. Los pequeños cambios introducidos desvirtúan el ensayo hasta el punto de convertirlo en un artefacto sectario que mutila la enorme diversidad de un género tan heterogéneo y heterodoxo. El resultado de aplicar una argumentación dominada por una desidia intelectual de dimensiones colosales, no corregida por la desidia de un ¿equipo? ¿editorial? que lejos de hacer honor a su nombre se ha limitado a dar el botón de imprimir.

Como no es cuestión de convertir este texto en una reseña río que saca a colación 30 pruebas de cargo a lo largo de 10000 palabras que nadie leerá, voy a centrarme en tres de ellas sabiendo que dejaré veinte más en el tintero.

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Justicia auxiliar, de Ann Leckie

Justicia auxiliarHugo, Nebula, British, Arthur C. Clarke… El arsenal de galardones acumulado por Justicia auxiliar es apabullante. Si atendemos a un criterio puramente cuantitativo en función de los premios recibidos, durante 2014 se convirtió en la novela de ciencia ficción más destacada de la historia. Sin embargo aquí en C, apoderados por ese espíritu iconoclasta que nos caracteriza, Alfonso García firmó uno de sus afilados análisis cargando contra los numerosos puntos débiles de una novela que se puede tomar como evidencia de la mediocridad de las novelas durante su año de publicación en el interior de ese cortijo llamado fandom. Como su reseña es excelente y apenas puedo añadir cuatro detallitos menores, he enfocado este texto como un resumen de los errores de concepto en los que he caído durante mi acercamiento al libro, y cómo quedaron tras su lectura.

El primer error con el que llegué parte de su ilustración de cubierta, la misma de su edición original en inglés: Justicia auxiliar es un space opera, pero olvídense de naves espaciales combatiendo entre sí o situaciones más grandes que la vida. Tampoco se puede decir que derroche “molonio“. Esta novela pertenece a otro tipo de aventura espacial, más cercana a las correrías por superficies planetarias y viajes entre sistemas a lo Jack Vance, sacrificando ese punto exótico y extravagante tan característico del autor de Los príncipes demonio o El planeta de la aventura en favor de rasgos a lo historia de costumbres de las novelas de Miles Vorkosigan creadas por Louis McMaster Bujold, más amanerada y extirpando por completo el humor, o una C. J. Cherryh cargada de diazepán hasta las cejas.

Porque Justicia auxiliar es una historia seria.

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Las torres del olvido, de George Turner

Las torres del olvidoEn alguna ocasión ya he comentado que una de las dificultades de reseñar de manera justa una obra literaria de ciencia ficción es la de ser capaz de distinguir entre las distintas cualidades que se deben juzgar. La obvia, como el valor de los toreros, es la calidad como producto literario, artístico. A partir de ahí, la especificidad del género requiere de una cierta originalidad, si no en el tema, al menos en su tratamiento; verosimilitud y vuelo imaginativo.

Hay una más, especialmente polémica, y de la que los escritores de cf suelen abominar como de la peste en tanto acostumbra a centrar el interés de los medios de comunicación cuando se acercan a nuestro género: su acierto profético. De ahí la atención que despierta en los últimos tiempos la distopía; en un periodo de incertidumbre, buscar predicciones sensatas acerca del futuro es casi una necesidad inevitable, por mucho que resulte estéril.

Una y otra vez, en mi labor como periodista, sabedores mis clientes de mi proximidad al género, he recibido en algún momento la propuesta de hacer algo sobre “los aciertos de la ciencia ficción”. Es curiosísimo: siempre me lo han pedido como si fuera algo superoriginal. Y sistemáticamente han quedado decepcionados ante mi respuesta: son pocos, son casuales, no son el propósito de la cf. El nuestro es un género que ha dedicado buena parte de sus propuestas más serias a llevar a cabo admoniciones, no profecías. “Si esto sigue así…” no es lo mismo que “esto será así”. Entre otras cosas, porque una novela que tuviera un propósito completamente profético, y algún ejemplo hay, resultaría terriblemente aburrida.

Todo esto me sirve para decir que estamos ante un caso bastante singular, porque el principal interés de Las torres del olvido es que seguramente es la novela de cf que me ha transmitido más seriamente la sensación de encontrarme ante una obra diseñada con precisión absoluta para reproducir el futuro que nos tememos hoy. Esto implica, en efecto, que nos encontramos por momentos ante una novela aburrida; en numerosas páginas es excesivamente discursiva, casi víctima del tipo de torpezas que suelen cometer los autores externos al género cuando se introducen en él, aunque no sea el caso de Turner, pese a que en España esta obra se haya reeditado numerosas veces fuera de colección especializada.

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Ancillary Justice, de Ann Leckie

Leckie_AncillaryJustice_TP-692x1024Creo que ésta es la primera vez que escribo la crítica de una novela sin haber logrado terminarla (bueno, confieso que los últimos capítulos de Robopocalipsis o cómo se llamara aquello, me los leí en diagonal). Y es que he tenido que abandonar la lectura de Ancillary Justice a pocos capítulos del final, ya viéndome muy desfondado, hasta el punto de que me estaba provocando un curioso bloqueo de lector, una mezcla de hastío, enfado, sentimiento de culpa y rechazo a la palabra escrita. Algo similar a lo que le sucede a mi madre, que cuando era niña no tenía otra cosa que potaje de berzas para comer casi todos los días y ahora no soporta ver una berza ni en pintura.

Quizá me he adelantado demasiado con una valoración que debería ir al final del tocho, pero como estimo muchísimo el escaso tiempo del lector le ahorro un click: Ancillary Justice me ha parecido un tostón del quince. Dicho esto, y si todavía le quedan ganas, tras el salto de página van las desquiciadas argumentaciones.

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Lexicón, de Max Barry

LexicónLexicón es la última novela de Max Barry y la tercera traducida en España después de Jennifer Gobierno y La Corporación. En sus páginas cobra de nuevo importancia el mundo de las megacorporaciones y la manera mediante la cual modelan la sociedad, pero esta vez desde una nueva perspectiva: la que rodea al uso del lenguaje como herramienta de dominación.

Lexicón se inicia con dos planos narrativos que se intercalan durante la práctica totalidad de su extensión. El primero relata la huida de unos personajes perseguidos por agentes de una organización secreta cuya principal activo es el control a través de la palabra. Mientras, el segundo cuenta la llegada de una adolescente conflictiva a la escuela donde recibirá instrucción sobre cómo influir y modificar el comportamiento de sus semejantes mediante el lenguaje. Barry se vale de la sucesión de ambas secuencias para imprimir una cadencia y una progresión medidas con metrónomo. Las escenas de acción, el frenesí y la urgencia por mantenerse fuera del radar de los personajes de la primera se realimentan con el aire más pausado de la segunda; una historia de aprendizaje y crecimiento personal alejado de la inocencia cotidiana.

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Bandidos, de Elmore Leonard

Bandidos

Bandidos

La reciente muerte de Elmore Leonard me llevó a mirar una de las estanterías-Pila (así está el tema, oigan) y observar que había acumulado un puñado de sus novelas sin haber leído ninguna. Puesto a poner fin a este desconocimiento, agarré la que se encontraba más a la izquierda: Bandidos. Tras terminarla, indagando un poco, me he dado cuenta que no está considerada una de sus mejores obras; de hecho todavía no ha sido reeditada por Alianza. Y un poco entiendo por qué. En sus páginas prácticamente no ocurre nada de entidad. Además su argumento se mueve alrededor del apoyo del gobierno de EE.UU. a la contra nicaragüense; es taaaaaaaan años 80. Sin embargo también contiene elevadas dosis de una de las constantes que suelen asociarse a Leonard. Ese talento único para crear perdedores con una manera muy especial de contar su caída en desgracia.

Bandidos relata el encuentro en Nueva Orleans de cuatro personajes: un antiguo ladrón de bancos recién salido del trullo que lleva un cuarto de siglo sin echar un polvo; un antiguo policía expulsado del cuerpo por un descuido estúpido; una antigua monja testigo de las salvajadas más grandes del polvorín nicaragüense; y un antiguo ladrón de guante blanco que, tras un período a la sombra, trabaja en una funeraria. Los cuatro unidos por el afán de venganza de un antiguo general de Somoza en plena captación de fondos entre la aristocracia del GOP de Louisiana.

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El hombre vacío, de Dan Simmons

El hombre vacío

El hombre vacío

Tras el éxito de sus últimas novelas de ciencia ficción, Ilión y Olimpo, era de esperar que Nova siguiese apostando por la obra de Dan Simmons. De ahí que en abril de este año se publicase El hombre vacío, si no me equivoco la única obra de ciencia ficción pendiente de traducción y con un cierto renombre debido a lo «inusual» de su temática: la telepatía. Un concepto que, tras su edad de oro en los años 40 y 50 –de la mano de escritores como Henry Kuttner, Alfred Bester, Isaac Asimov o Theodore Sturgeon–, y alcanzar su culmen a comienzos de los setenta con Robert Silverberg y Muero por dentro, había caído en el olvido –a pesar del uso que de ella han hecho otros autores como Marion Zimmer Bradley o, de nuevo, Isaac Asimov–. Muchas expectativas que, parcialmente, terminan en agua de borrajas: además de no aportar nada nuevo, las dos secuencias en las que se divide la novela no quedan del todo conjuntadas.

Jeremy Bremen es un profesor universitario que acaba de perder a su mujer, Gail. Ambos compartían una cualidad, la telepatía, que les había permitido conocerse y comprenderse con una profundidad mayor que cualquier otra pareja. Desolado y sin ganas de vivir, corta con su trabajo, quema su casa, se deshace de su pasado y se refugia en un pantano de Florida para aislarse de lo que denomina neurocháchara, los pensamientos de los que le rodean, un caótico ruido de fondo del que se había librado junto a Gail y que, sin ella, amenaza con volverle loco. Cuando apenas han pasado tres días y está a punto de suicidarse, se topa con Vanni Fucci –el primero de los numerosos guiños a la Divina Comedia–, un mafioso de tres al cuarto que se está deshaciendo de un cadáver y que, al ser descubierto, se lo lleva para que un compañero con menos escrúpulos lo mate. Ahí comienza un descenso a los abismos de la condición humana que le lleva a recorrer medio país y a descubrir algunas respuestas a cuestiones que le preocupan desde hace años.

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