Afterparty, de Daryl Gregory

AfterpartyHaber vivido el boom de las colecciones de cf y fantasía de finales de los 80 me lleva a recordar un tiempo en el cual había tantos títulos en el mercado que pudo tener sentido promocionar cada uno como el acontecimiento editorial de la estación de la semana; entre tanta novedad, de alguna manera habría que llamar la atención sobre tus libros. Sin embargo, en líneas generales no se hizo, sobre todo por la ausencia de canales para escribir sobre ello. Había alguna revista o fanzine, y Stephen King y Ursula K. Le Guin ya escribían sus blurbs (Martin todavía era ese hombre que saboteó su carrera escribiendo terror). Pero los reyes de la mercadotecnia eran el posicionamiento en tienda, la ilustración de cubierta y poner ISAAC ASIMOV en algún lugar, así en mayúsculas y bien en grande. Además el bucle entre disfrutar de un libro y necesidad de asociarlo a la etiqueta obra maestra todavía estaba muy limitado. Había menos libros evento; menos actos con autores varios; la “estatusfera” se reducía a la opinión que tu padre, madre o compañero de clase tuvieran de tus gustos; y, desde esta atalaya de prejuicios y envejecimiento, un menor complejo en disfrutar con relatos con sus fallas y puntos fuertes que no iban a pasar a la historia del género o la personal.

En aquel escenario abundaban los títulos de fondo. Libros que si bien no han desaparecido, se han diluido, escondido, perdido prestigio o camuflado ante esa eterna necesidad de reivindicar el tiempo o el estatus en las redes sociales a base de saltar de la gran obra a “es mediocre”, sin grados intermedios. Es en esta tierra de nadie donde encuadro Afterparty, de Daryl Gregory. Un thriller de intriga con toques de “quién ha sido” sin conceptos rompedores, ni personajes arrolladores, ni giros que te dejan con el culo torcido, con alguna tarilla, que lo hace casi todo lo suficientemente bien como para haberme dejado satisfecho. Su propuesta, además, planta sus ideas en regiones no muy transitadas, casi pasadas de moda en la cf actual, cuya recuperación merece un pequeño hurra: las drogas y la divinidad.

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Vida y milagros de Stony Mayhall, de Daryl Gregory

Vida y milagros de Stony MayhallHace unos cuantos años que el subgénero de novelas apocalípticas con muertos vivientes como protagonistas ha pasado a mejor vida. Una frase irónica que en el caso de este libro cobra una dimensión especial ya que originalmente fue publicado en medio de toda la explosión de productos relacionados que casi acaba con nosotros hace una década al albor del éxito de The Walking Dead, entre otros. Con la perspectiva del tiempo no resultaría extraño que a mucha gente Vida y milagros de Stony Mayhall le pasara por alto en aquellos tiempos. Me imagino a lectores pensando aquello de ¿otra novela de zombis? ¿OTRA? No, gracias.

Pero ¿sería ese un juicio justo para Vida y milagros de Stony Mayhall? Probablemente no. Este es un libro protagonizado principalmente por zombis rodeados de seres de su misma condición. Sin embargo, olvidaos de un mundo apocalíptico, ruinas, supervivencia, etc. Aquí los supervivientes son los propios muertos vivientes mientras la humanidad continua con una vida más o menos normal.

En los años sesenta (concretamente en 1968, insertar saludo del autor de esta novela a George Romero) tiene lugar un brote vírico que convierte a los humanos en zombis. Un COVID-19 con potenciador que, por suerte, es finalmente controlado tras el fallecimiento de lo que algún político de nuestros días diría “un número razonable de muertes”. Con la pandemia encaminada, una familia encuentra una mujer congelada en una carretera cubierta de nieve. En sus brazos, un bebe de piel deshecha característica de los seres contagiados ahora exterminados. Aunque debería ser entregado a las autoridades para evitar cualquier brote, la familia decide quedarse con el recién nacido, alimentarlo, cuidarlo y verlo crecer siendo uno más en casa.

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