En esa exploración de la identidad personal en que se ha convertido parte de la obra de Gene Wolfe resulta complicado valorar ciertos títulos que ahondan en esa línea de actuación. Cualquier narración que incida en desnudar tanto a sus personajes como el nuevo mundo que se abre ante ellos, está destinada a sufrir la comparación con los testimonios en primera persona de Severian en El libro del sol nuevo o Latro en Soldado de la niebla. Sea justo o injusto, su voz, sus recuerdos, su veracidad, las revelaciones escondidas detrás de cada extraño detalle… serán medidas por su canon establecido hace ya 30 años. Desde este punto de partida es comprensible entender por qué Confesiones de un pirata, escrita dos décadas más tarde siguiendo un esquema similar, se me antoja un pálido reflejo. Una obra menor que, me temo, marca una cierta decadencia en la trayectoria de su autor.
Confesiones de un pirata recoge el testimonio de Chris, sacerdote en una época semejante a la nuestra que fue pirata en el Caribe del siglo XVIII. En primera persona relata su ingreso cuando era joven en un monasterio cubano después de la caída de los comunistas y cómo, de alguna manera, se traslada en el tiempo 300 años hasta la edad de oro de la piratería. Allí se enrola en un pequeño barco mercante, viaja a España donde conoce a una serie de personajes cruciales en el devenir posterior de su vida y retorna al Caribe para terminar en un barco pirata. El resto de su narración cuenta cómo aprende todo lo necesario para sobrevivir en ese escenario repleto de peligros y su ascenso hasta convertirse en uno de los capitanes que arrasa las ciudades de Portobello y Maracaibo en busca del tesoro de la mítica flota del oro.