No sé si mi caso será único, pero del panteón que se va consagrando como referentes de la historia de la cf, al que más pereza me da leer habitualmente es a Ray Bradbury. Y por supuesto que no me refiero a Crónicas marcianas, Fahrenheit 451, El hombre ilustrado o, en menor medida, La feria de las tinieblas, sino sobre todo a la sucesión de antologías y algunas novelas sueltas que fue publicando desde mediados de los sesenta.
Ni siquiera sé a ciencia cierta cuántos de esos libros he leído o tengo, lo cual es bastante raro en mí. Me queda de ellos una nebulosa imagen conjunta: relatos breves, de la extensión que gusta a las revistas literarias o suplementos dominicales estadounidenses, donde aparecieron muchos de ellos; acabado impecable en lo formal; tono cultopopular, marca de la casa; argumentos que en numerosos casos no pasan de la anécdota trivial; mucha infancia; la famosa sensación de nostalgia bradburiana; más allá de ella, cursilería en dosis capaces de tumbar a un quinceañero sobrehormonado.
Comentando el tema años ha con Paco Porrúa, me dijo que seguía publicando esas antologías que pasaban mayormente inadvertidas en nuestras librerías no sólo por su conocida fidelidad a sus autores, sino porque el tono le resultaba entrañable, no faltaban ocasionales buenos cuentos y las ventas en Sudamérica eran siempre buenas, al punto de que con el tiempo terminó por no conseguir los derechos para ese mercado por las superiores ofertas de Emecé. Elia Barceló, que me escuchó una vez comentar algo al respecto, me hizo leer «La historia de Laurel y Hardy», incluida en El convector Toynbee, y no tuve ningún problema en reconocer que es un relato de una sensibilidad y un buen gusto sobresalientes. Pero cuando tiempo más tarde me puse a completar la lectura de la antología, tuve la sensación de reencontrarme la mayor parte del tiempo con mis prejuicios: ideas que Stephen King descarta por falta de chicha, evocaciones de aroma chejoviano pasadas por la imaginería de la América Eterna, reacionarismos bienintencionados, olvidables naderías de ejecución intachable.