Cuando a Tristran Thorn su adorada Victoria le pide nada más y nada menos que una estrella como prueba de su amor y requisito ineludible para obtener el beso que busca, el joven enamorado no lo duda un instante antes de partir en pos de la que, poco antes, ha visto caer del cielo más allá del muro que su pueblo guarda con celo desde hace siglos. Al otro lado de ese muro está el País de las Hadas, y algunos de sus habitantes también se han puesto en marcha para hacerse con la estrella, que no solo tiene valor para el pobre Tristran, sino también para las brujas –para las que consumir el corazón de una estrella supone el único medio de conseguir una falsa apariencia de juventud y belleza– y para la fratricida estirpe de herederos del señorío de Stormhold, para los que está en juego quién recibirá el legado de su padre. Unas y otros están dispuestos a todo para hacerse con la que ha caído de los cielos, quien, a su vez –porque la estrella, hija de Selene, es también una hermosa mujer– tiene sus propias ideas al respecto.
Para empezar con sinceridad, nunca he sido muy devoto de Neil Gaiman en su faceta más conocida, la de guionista de cómics; no me parece un buen narrador y recurre demasiado al reciclaje de ideas de otros autores a la hora de construir sus propios mundos. Aún así, no puede negársele una creatividad e imaginación en ocasiones brillantes que, me temo, han terminado contribuyendo a que Stardust me haya supuesto una pequeña decepción; supongo que esperaba que, con años de oficio ya a sus espaldas, y en un medio distinto, hubiera pulido lo suficiente esos defectos como para darnos una obra a la altura de lo que, creo, podría conseguir a la vista de sus virtudes. Y, precisamente –o eso pensaba– nada mejor que un cuento de hadas para dar rienda suelta a esa imaginación que se le presupone al inglés. Por desgracia no ha sido así y me he vuelto a topar con sus defectos de siempre en un libro que tras un buen comienzo –en ese pueblo a medio camino entre el mundo de las hadas y el de los mortales que, a su vez, es barrera entre ambos–, deriva pronto hacia una aventura rutinaria y mil veces vista.