Hay en este relato de Michael Moorcock, (sip, relato) un capítulo en el cual un redivivo Jimi Hendrix conversa con el trasunto de un pipa de Hawkwind sobre qué había de auténtico y qué de impostura en sus canciones. Tres páginas magníficas sobre a qué debes dedicar tu arte, hasta qué punto puede haber espacio para carga política en la belleza de una composición musical, qué queda con el paso del tiempo… Este mazazo, escrito en el despertar del sueño contracultural, es el nudo de un argumento que hasta entonces era un cuento fantástico de perfil bajo. El viaje de esa personificación de currela de conciertos, Shakey Mo, y un supuestamente retornado Jimi Hendrix por las carreteras del Reino Unido de mediados de los 70.
Mo, habitual proveedor de Jerry Cornelius, conduce entre la vigilia y la alucinación de las sustancias recreativas por unos lugares apenas transformados por la mano del hombre (Lake District, las Highlands, Skye). Lejos de las interferencias de Londres y ese epicentro que fue Ladbroke Grove, se destila un Easy Rider sobrio, pulcro, mínimo, sin fricciones. El entorno ideal para hacer resonar la manifestación del desengaño tras la desaparición del swinging London, reforzado mediante un último capítulo a la altura de ese diálogo. Un desenlace emocionante y con su carga que me ha hecho olvidar lo poquita cosa que es el libro en la edición de Aristas Martínez.